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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XV. MATERNIDAD”. Por Luis Enrique Homes

La Maternidad

XV. Maternidad


Andrea dormía aún anestesiada en la cama del hospital. Una sensación de descarga eléctrica en el seno izquierdo la despertaba de manera intermitente. Era como una fuerza que succionaba desde afuera, entraba sin clemencia como un talado en su cuerpo y recorría todos sus nervios en línea recta desde el pecho hasta los pies. Era lo más parecido a un rayo, una descarga eléctrica. Los dos senos parecían dos capullos de flores a punto de explotar. Eran como globos inmensos, muy grandes para su diminuta estatura de escaso metro y medio.
Allí estaba el niño pegado a su seno izquierdo, envolviendo con fuerza su diminuta lengua en el virginal pezón rosado de la madre adolescente. Ya programado para buscar su alimento, el niño acariciaba el seno desde la base del seno hasta el pie de la montaña, como pidiendo irrigación de la leche materna. Andrea sentía que el más precioso líquido de la humanidad le salía, primero con dificultad y dolor, y luego con una fluidez tan natural, que le parecía un placer indescriptible. Una procesión de hormigas desde adentro hacia afuera. Todo se transformó de dolor al placer.
No sabía si estaba sonando, así que abrió los ojos, se dio cuenta que el niño estaba allí entre sus brazos, lo beso en la cabeza, le contó los dedos de las manos, los dedos de los pies, le miró la cara, le tocó la cabeza como puso con sus manos, lo abrazo hacia su pecho y lloró en paz y silencio. El niño había terminado de succionar el seno izquierdo. Su cabeza estaba llena de sudor. De su boquita diminuta, salió un silbido como de pájaro recién salido del cascarón, dio vuelta a su cabecita cubierta hasta la frente de pelo negro azabache y quedó en un profundo sueño. El sueño de los inocentes. Sin imágenes ni pensamientos. La belleza de la nada y el silencio.
El niño había nacido después de 27 semanas de embarazo. No era el tiempo perfecto, pero tampoco era poco tiempo. Estaba bien. Pesaba dos kilos y ella sentía el calor de su respiración serena y húmeda entre sus senos. Rosa y Jacinta estaban embelesadas ante la primera escena conmovedora de la maternidad, silencio y paz reinaba en la habitación, hasta que un enfermero interrumpió para cumplir sus labores de rutina.
“Buenos días señoras. La felicito jovencita por su niño. Dígame por favor su nombre completo”. “Andrea Bernarda Fuentes” “y el papá del niño como se llama.”? Preguntó el enfermero concentrado en una carpeta de aluminio. Hubo un silencio de ultratumba. Andrea miraba a su mama y a Jacinta, como para que respondieran. Las cosas habían pasado demasiado rápido y el tema del reconocimiento del recién nacido no se había tratado. De pronto, Jacinta se le salió con toda naturalidad: “Pues el licenciado” y se tapó la boca con sus dos manos. Pero ya el agua se había regado.
“Ah el licenciado Omar es el papá del niño? Ahhh yo lo vi por ahí que llegó como una fiera y después salió echando disparos, pero de alegría. Por fin tuvo un varón, porque nosotros le hemos atendido a sus mujeres acá, un chorrón de niñas. El tuvo un par de morochos, pero se mataron en el accidente.” Las mujeres cruzaron su mirada fugaz entre sí y decidieron permanecer en silencio. El enfermero preguntó.
“Que nombre le van a poner al niño”. “Jesús Omar” dijo Andrea espontáneamente. “Entonces el nombre completo sería Jesús Omar Lorenzo Fuentes” afirmó el enfermero. “Si señor, Jesús Omar Lorenzo Fuentes”
Al día siguiente Andrea estaba lista para salir del hospital, pero no se tenían noticias del licenciado. No respondía las llamadas y solo se sabía por los rumores del pueblo, que seguía una fiesta muy grande en la casa. Andrea pidió que le llamaran a su amigo Ignacio para que la vinieran a buscar, pero el teléfono misteriosamente siempre salía ocupado. El dia se paso con lentitud y sosiego para Andrea. Ella semi dormida en medio del placer del sueño, cansancio y la alegría y el niño mamando y mamando.
Al finalizar la tarde llegaron los guardaespaldas a buscar a Andrea y su familia. Entre todos recogieron las cosas, se despidieron agradecidos del personal del hospital y emprendieron rumbo a casa. Con una ternura indescriptible el enano se acercaba a la canasta del niño, le hablaba palabras cariñosas y maternales como si fuera su propio hijo, y se empeñaba en llevarlo hasta la camioneta. “ Se te va a caer porque esta hasta mas grande tu” le dijo el grandullón y le puso al niño en los brazos de Rosa.
La casa estaba llena de gente. Andrea al principio no comprendió de qué se trataba la celebración. Si era una continuación de la inauguración de la casa, una celebración por el niño o alguna otra ocasión especial. Al abrir la puerta de la casa, vio mucha gente desconocida, nadie conocido. Casi todos hombres tomando, riendo a carcajadas y fumando. Las pocas mujeres, no tenían buena apariencia. El licenciado se acercó, les dijo que entraran rápido que los estaban esperando. Pidió silencio a todos. Se colocaron en el centro y tomó al niño de los brazos de Andrea y en medio de la sala, lo levantó con sus dos manos como un trofeo y en voz alta le dijo a todos:

Recién nacido


“Les presento a mi hijo Orlando Lorenzo. Un macho carajo” Y todos soltaron en espontáneo aplauso. El niño se despertó asustado y lanzó un grito ensordecedor.
Nadie se acercó a Andrea. No hubo una palabra para ella. Una sonrisa, un gesto de felicitaciones. Apenas el licenciado le puso el niño otras vez en sus brazos, ella como pudo se hizo paso en medio de la multitud y subió junto con su mama y Jacinta a la habitación. Se ubicaron en las habitaciones a descansar y quedaron en un profundo sueño.

Luis Enrique Homes

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