Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXVIII- El Encuentro”. Por Luis Enrique Homes
XXVIII- El Encuentro
En la tarde del día siguiente Andrea estaba de regreso en la casa de Rosa. No había podido dormir en toda la noche, pensando en su propia tragedia. Su mamá no le había escrito. Tampoco nadie había llamado al teléfono de la casa que había sido su refugio en los últimos días . Jacinta no respondía mensajes ni llamadas. No sabía que le había pasado. Así que en un arranque inesperado y haciendo caso a su instinto de sobrevivencia, tomó al niño, agarró un bolso con las pocas cosas que necesitaba y echó a andar el mismo camino por el que vio salir a Jacinta.
Al acercarse a la carretera hizo varias señas a camiones que pasaban por la carretera rumbo a Río Blanco, pero ninguno se detuvo a pesar de verla con el niño entre los brazos. Pasó un autobús escolar vacío, conducido por una mujer y se detuvo para auxiliarla. Andrea estaba sudada y el niño lloraba. La conductora les dijo que subieran, les ofreció agua y el asiento que quisieran ocupar pues el autobús estaba vacío.
- Qué hace usted sola por acá, les preguntó después que Andrea se sentó y se sintió más calmada.
- Yo vine a limpiar una casa de mi patrón, pero no se que le paso que no me vino a buscar.
- ¡Qué patrón tan desconsiderado mire usted!, (Dijo la conductora del bus mirándola por el espejo).
- Pues si, algo le habrá pasado.
Andrea solo le pidió a la conductora que la dejara en la entrada de Río Blanco y ella resolvía cómo llegar hasta casa de su mamá. Pero la conductora se vio tan conmovida con la madre adolescente y el niño entre los brazos que le dijo que ella la llevaba hasta su casa o que debia continuar el viaje con ella, dos horas más, hasta que dejara el bus en el parqueadero de la zona escolar. Así que Andrea no tuvo otra opción de llegar a las puertas de la casa de Rosa, en ese inmenso bus escolar.
Andrea pasó directamente a la casa sin anunciarse. Rosa estaba en la cocina y verla se alzó sobre ella y el niño en un fuerte abrazo. “Mija que bueno que estas bien, que no te ha pasado nada” y le tocaba la cara, el hombro, los brazos. Ella. sintió un fuerte dolor cuando le tocó el hombro herido, pero no quiso decir nada.
Andrea le comentó a Rosa en detalles lo que había pasado esos días, la conversación con Ignacio Padre e Ignacio hijo y el plan que había diseñado con Jacinta, hasta que llegaron al punto más importante: ¿Dónde estaba Jacinta? Ninguna tenía respuesta. Ni un mensaje, ni una llamada. Ni un indicio donde pudiera estar. Se la había tragado la tierra.
- Mami y ahora qué hago. Mira todos los mensajes que tengo de Omar.
- Quédate acá mija, esta es tu casa. Como sea yo te protejo. Y no te pasara nada.
- Si, pero él va a aparecer de un momento a otro por acá. Y quién sabe cómo vendrá
- Pues hay que esperar que aparezca y como se aparece. Usted se queda acá que esta sigue siendo su casa. A menos que se quiera devolver a esa jaula de oro que tiene allí al lado.
- No mamita, yo quiero quedarme con usted y la abrazo fuertemente. Y además quiero ver qué le pasó a Jacinta y ver cómo hacemos para buscarla o ayudarla.
El niño Omar comenzó a correr por toda la casa, a jugar con el gato Roberto bajo la mesa y a reconocer el territorio de la abuela. Movía las sillas del comedor, se sentaba, se paraba sobre ellas y cogía frutas de la mesas hasta que la abuela lo sentó en sus piernas para darle una sopa recién hecha.
- No hay de otras, este muchacho viene muerto de hambre, mija. Así que a comer se ha dicho. ¡Venga mijito, no hay nada mejor que esta sopa de papa para quien tiene la panza vacía y llena de aire!
Andrea se retiró al cuarto y comenzó a llamar y enviar mensajes de texto a Jacinta con insistencia, pero sin ningún resultado. Inclinó su cabeza sobre la almohada de la cama de Rosa, y quedó profundamente dormida. Se despertó tres horas después, caminó por toda la casa y se dio cuenta que era de noche y Rosa y Jesus estaban también durmiendo. Así que volvió a la cama a conciliar sueño, estrés y cansancio.
Luis Enrique Homes