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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXXX – Otra Despedida ”. Por Luis Enrique Homes

Otra despedida

XXXX – Otra Despedida

Cuando llegaron a la finca, Andrea recordó y sintió con todos sus sentidos, la presencia inmutable de la naturaleza. Ese olor sabroso de las cosas creadas por Dios. La humedad de las plantas que exhala una espesura, el sonido de los pájaros que se disparan en algún punto del firmamento sin dejar ver los diminutos protagonistas, el ladrar de los perros a lo lejos que irrumpe y quebranta la atmósfera del silencio matutino. Andrea tuvo la sensación de libertad y se tiró de espaldas en el mueble de la sala con los brazos abiertos, pensando me quiero quedar acá, en medio de esta tranquilidad relajante e inspiradora. No quería que pasara el tiempo, ni que nada hubiese ocurrido antes, ni que nada ocurriera en el futuro. Solo estar allí, apreciando y sintiendo las maravillas de la creación y formando parte de ella.
Jesus comenzó a corretear por la sala, tocar y explorar con todo lo que encontraba a su camino. En un momento, encendió accidentalmente el televisor a todo volumen. El noticiero de Río Blanco daba cuenta de una intensa movilización policial y el par de jóvenes aprendices de reportero se preguntaban por la causa de esa movilización. No había ocurrido nada que la comunidad supiera o de la que se quejara. No se registraba ninguna alteración del orden público, no habían reportes de accidentes de tránsito, ni estaban previstas ninguna fiesta en el pueblo. Rosa inmediatamente relaciono esa movilización con la huida de ellas y una posible persecución en contra de la familia. Su corazón se aceleró inmediatamente y sintió como si algo se le fuera a salir de la garganta. Julian jugaba atrás del niño, pero alcanzó a decir: “El patrón nos está buscando”.
Rosa fue a la cocina, abrió la nevera y tomó un vaso de agua para impedir que un pedazo de su organismo se le saliera por la boca. Los dos se acercaron a Andrea, quien ya había escuchado el reporte de televisión.

  • Tenemos que salir de acá rápido o quedarnos por un buen tiempo acá – dijo Rosa
  • El patrón no nos puede conseguir, porque nos mata.


El silencio inundó la casa con una espesura que se hizo sentir en el ambiente como una presencia amorfa. Ese tiempo se hizo eterno y los tres quedaron paralizados como si fuesen estatuas de piedra. Hasta Jesús, que estaba corriendo por toda la casa, se sentó al lado de su madre, cruzó los brazos, bajo su carita como de niño castigado y quedó paralizado. Pasaron muchas horas todos mirando fijamente a algún punto del techo o de casa, sin moverse, como si fueran momias sin ningún movimiento ni sentimiento.
Rosa se levantó suavemente de su silla. Sus gestos denotaban serenidad y tranquilidad. Comenzó a caminar despacio, con cuidado, como si estuviese caminando sobre unas nubes o un piso movedizo. Sus palabras pausadas denotaban un pensamiento profundo y sabio, como las de un profesional de la psicología o del comportamiento humano:

  • Hija acá la que más tiene que perder eres tú y Jesús. Y por eso ustedes son los que tienen que estar seguros y seguir esta huida y desaparecerse de todo lo que tenga que ver con el licenciado.
  • Voz también tenes mucho que perder mama.
  • Si, pero yo sé defenderme sola y tampoco se le puede hacer la vida fácil a ese desgraciado del licenciado. Yo estoy pensando que no se le puede dejar el camino libre con la casa de mi mama, así ya se la haya robado. Tampoco con mi casa ni con las cosas que dejamos allá.
  • Ayyy mama no me digas que te vas a echar para atrás, le dijo Andrea con cierta angustia.
  • No te quiero dejar sola, pero yo puedo seguirte más adelante. Pero fijate que ya se fue Jacinta y quien sabe cuanta gente más se habrá ido por culpa del licenciado. No podemos dejar todo a la deriva. Mi corazón me dice que tu puedes seguir con Julian y el niño y yo espero que ustedes se acomoden allá a donde vayan a ir, yo arreglar bien mis cosas y disponer de ellas y después encontrarnos.
  • Ay mama pero eso puede pasar mucho tiempo hasta que nos volvamos a ver o a encontrar.
  • No se preocupe hija que el tiempo de Dios es perfecto. Y usted qué opina Julián
  • Pues yo hago lo que mis patroncitas digan, pero si creo que es bueno que usted termine de arreglar sus cosas en el pueblo y pues, ver que es lo que esta pasando. El patrón es muy malo, pero no creo que se meta con usted porque la respeta.
  • Ay Julián, ese no respeta a nadie – interrumpió Andrea. Pero bueno mama, ya tengo acá a Julián que me va a acompañar y allá tengo a Jacinta. Yo no quisiera separarme de Usted, pero se que tiene razón en lo que dice. Además mamá, yo voy necesitar que usted pueda movilizar dinero, vender algunas cosas y pues haga lo que tenga que hacer.
  • Mi corazón de madre me dice que ustedes deben continuar y yo debo regresar.


Andrea se puso las dos manos en la cara y comenzó a llorar. Al principio solo gemidos y luego comenzó a llorar con todo su cuerpo. Temblaba y no podía contenerse. El niño sentado a su lado, la abrazaba por la cintura tratando de contener los movimientos involuntarios del cuerpo de su madre y dándole algún tipo de consuelo con sus abrazos cada vez más fuerte. Julian se levantó de su asiento, se quitó la gorra y se fue a llorar a la cocina, caminando con sus piernas bien abiertas en forma de U invertida.
Rosa se acercó a Andrea, la hizo que se levantara del mueble. La abrazo fuertemente. Lloraron juntas. Le tomo la cara entre sus manos, la miro a los ojos y le beso la frente.
• Jesús de la Divina Misericordia está contigo y nos vamos a ver pronto.
Levantó al niño, le abrazo, le hizo la señal de la cruz en la cara, le beso la frente y lo colocó nuevamente en el mueble al lado de Andrea.
Rosa se dio la vuelta, se dirigió a la cocina donde estaba Julián llorando. El le abalanzó a nivel de su cintura y la abrazo. Rosa agarró sus maletas y salió de la cabaña. Encendió el carro y partió.
El televisor daba cuenta de una joven que había desaparecido de Río Blanco, tras el secuestro de un niño de un influyente personaje de la ciudad. No daban cuenta de nombres ni más detalles. Pero esa información pasó desapercibida para los desconsolados habitantes de la cabaña.

Luis Enrique Homes

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