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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XLI – Río Bravo ”. Por Luis Enrique Homes

El Río Bravo

El chofer despertó a Jacinta cuando ya se veía a escasos metros del Río Bravo. La ayudo a bajar la maleta y el bolso que tenía en las manos y sin muchos comentarios le dijo hasta aquí la traigo yo. Tiene que esperar aquí a que venga el grupo que va a cruzar. Jacita no entendía nada. En algún momento pensó que era un sueño, que no podría ser lo que estaba sucediendo. Viajar de tan lejos, por tantos días y horas para llegar a orillas de un río sin saber que hacer, ni como cruzar. Cuando sintió que nada era un sueño si no la cruda realidad, le pregunto al chofer que que debía hacer que no la dejara allí sola a lo que él solo respondió:

  • No se preocupe, ya se va a dar cuenta de lo que tiene que hacer. Acá todo el mundo sabe lo que tiene que hacer que es llegar a los Estados Unidos, así que espere.


Y se montó en el bus, lo encendió y se fue.
Andrea se acercó al Río con lágrimas en los ojos. Observó que tenía un cauce ancho y que la corriente del agua marrón tierra viajaba lentamente pero de manera sostenida, a la derecha. la otra orilla estaba enfrente de ella, como a 30 metros. Nadie que no fuera un nadador experimentado podría pasar por allí sin dejarse llevar por la corriente. Se acercó más a la orilla y comenzó a explorar. Al mirar a los lados se dio cuenta que en otras direcciones del río, bajaba gente en unas balsas improvisadas y en unas de esas balsas logró reconocer a una de las mujeres con su niña que venía en el camión desde Río Blanco. Les gritó, pero ellas apenas bajaron de la balsa, salieron corriendo detrás de un hombre alto que las conducía y se perdieron entre matorrales sin ni siquiera voltear para atrás. Unas mujeres mayores salieron corriendo también detrás del vaquiano, pero iban rezagadas del grupo y Jacinta pensó que no lo alcanzaría y que posiblemente se quedarían desamparadas al otro lado de la orilla.
De esta lado de la orilla, un par de muchachos jóvenes que parecían hermanos o al menos familias, querían cruzar el rio, se metieron al agua y muy pronto se dieron cuenta que la corriente que ya les estaba llegando al pecho, se los llevaba sin clemencia. El más alto de ellos le dio la mano al más bajo estatura que se estaba hundiendo, y con mucha dificultad, lograron salir los dos.
Un hombre se acercó a los muchachos que estaban sentados en la orilla tratando de calmar su respiración por el susto. Jacinta no logró escuchar lo que les decía, pero pareciera que les estaba ofreciendo ayuda. Por eso decidió acercarse a ellos, con cautela y con mucho temor. Alcanzó a escuchar que hablaban de dinero, de dólares, de pesos y los muchachos decían que no podían. Andrea se acercó más y se integró temerosa al grupo.

  • Este Río es de la maña. El que no paga, no pasa.


Era una sentencia muy clara. Pero ella entendía que lo que ya había pagado incluia el paso del río y la llegada a los Estados Unidos. Intento decirle eso al nuevo coyote, pero era inutil. No lo conocía y nunca había tratado con él. Sencillamente había sido estafada y debía seguir pagando, si quería conservar la esperanza de llegar a los Estados Unidos.


La sentencia del vaquino fue más determinante:

  • Y el que se queda acá, lo secuestran hasta que pague.


Los muchachos se levantaron y se fueron caminando con la cabeza baja, casi sin que Jacinta se diera cuenta.

  • Si usted quiere pasar, me da dos mil quinientos dólares y yo la cruzo cuando la corriente esté más suave. Eso puede ser mañana o en dos días. – dijo el nuevo coyote
  • Yo no tengo donde quedarme acá,- respondió Jacinta instintivamente
  • Yo me encargo de eso, si está de acuerdo con el precio vengase conmigo. Pero antes tiene que decirme con quien ha hablado y como ha hecho el camino. No quiero meterme en problemas con nadie.

Luis Enrique Homes

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