Opinión

El orden mundial desde la Gran Guerra a la post-Guerra Fría. De la Liga de las Naciones al «momento unipolar». De la crisis financiera del 2008 al Covid-19. (2da parte). Por Miguel Alberto Zurita Sánchez

Pa´la calle


Como todo esquema geopolítico, la variante actual del orden de la post-Guerra Fría se puede alterar, transformar e incluso colapsar en los próximos años o décadas, aun en ausencia de una conflagración mayor. La forma que puede adoptar va a ser determinada por las tendencias globales vigentes en la actualidad, así como por acontecimientos de repercusiones geopolíticas globales, que se puedan producir en el futuro cercano.
En fin, la noción tradicional de orden mundial alude al manejo del poder, la formulación e implementación de leyes y la creación de organizaciones internacionales. Todo orden concreto está constituido por tres elementos: estructura, modo de gobernanza y forma de legitimación. Con base en estos conceptos pueden ponderarse el rumbo y las formas que puede adoptar el orden actual más allá de la década-cero.

Hacia un esquema multipolar consolidado


En cuanto a estructura, es previsible que el orden actual termine de diferenciarse del esquema uni-multipolar de la post-Guerra Fría, y se consolide como un esquema propiamente multipolar como el que prefigurara Samuel Phillips Huntington, quien fue un politólogo y profesor de Ciencias Políticas en el Eaton College y Director del Instituto John M. Olin de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard, o cuando menos uno similar al que prevalecía antes de la Segunda Guerra Mundial, con muchas potencias capaces de lograr acuerdos en forma expedita y consensuada. Dado que todo indica que la posición hegemónica de Estados Unidos seguirá debilitándose y otras potencias que actualmente emergen, sobre todo en Asia, se consolidarán como polos de poder con la fuerza para desafiar al otrora hegemón indisputado, esa previsión resulta bien fundada.

Dicho debilitamiento es reconocido y previsto, incluso por órganos gubernamentales estadounidenses, como el Consejo de Inteligencia Nacional (NIC), el cual admitió en su reporte Global Trends 2025 que «Estados Unidos seguirá siendo el país más poderoso del mundo aunque será menos dominante, es decir, un primero entre iguales» (NIC, 2008: IV). Asimismo, el NIC reconoce el surgimiento de nuevos actores y prevé la consolidación de un esquema multipolar, si bien acompañado éste, de un multilateralismo más limitado y un regionalismo acrecentado como consecuencia del vacío dejado por ese orden multilateral en declive.

Un orden multipolar consolidado puede adoptar diversas modalidades en cuanto a modo de gobernanza, ya que el mundo puede, por ejemplo, ser «cuadrilateral» y/o «cuadripolar», como lo prevé Leonard para 2026. En todo caso, lo que es evidente es que las fuerzas que lo están moldeando son el ascenso de nuevas potencias en Asia, el consiguiente desplazamiento de poder y riqueza de Occidente hacia Oriente, y el hecho de que «La nación central en la transformación geopolítica en marcha es China».

Sin embargo, el mundo también podría deslizarse hacia un desorden no-polar, que podría ser contrarrestado por una «no-polaridad concertada» pactada por un grupo de gobiernos comprometidos con el multilateralismo cooperativo. El esquema de gobernanza que puede tener más posibilidades de concretarse en la práctica, empero, es un «minilateralismo», entendido como el mejor medio para romper «el estancamiento que caracteriza al multilateralismo del siglo XXI», ya que permitiría la mayor efectividad para solucionar problemas con la participación del menor número posible de países.

El punto es que, independientemente de las modalidades puntuales que adopte, todo indica que el orden que prive, más allá de la década cero, va a caracterizarse por una estructura con un mayor grado de multipolaridad y va a funcionar sobre la base de alianzas estratégicas ad hoc y un esquema multilateral de gobernanza global. Como consecuencia, dado el equilibrio que impone la certeza de una destrucción mutua que entraña el uso de armas nucleares, puede esperarse que la multipolaridad acrecentada, propicie una estabilidad geopolítica mayor, que la que se logró tanto en la post-Guerra Fría como en la década cero. Dicha estabilidad estará sustentada en un equilibrio de poder alcanzado y mantenido, invocando no criterios ideológicos sino consideraciones pragmáticas.
Lo anterior, no obstante y dada la multiplicidad y diversidad de actores que existen en la escena global hoy en día, la verdad es que ese orden no sólo no va a estar exento de conflictos y tensiones sino que de hecho puede ser un medio propicio para incubarlos. Como lo sentenció Jeffrey Sachs, un economista y profesor estadounidense, destacado por su trabajo en el campo del desarrollo sostenible, la macroeconomía global y la lucha contra la pobreza: “El ‘nuevo orden mundial’ del siglo XXI encierra la promesa de una prosperidad compartida, pero también el riesgo de un conflicto global».

Construcción multipolar

¿Un orden neo-medieval?


Dado que desde finales del siglo XX el orden mundial se ha venido asemejando cada vez más al que se configuró en la Europa medieval, un escenario que también puede configurarse en el futuro es que la variante post-9/11 del orden de la post-Guerra Fría evolucione hacia una versión madura de dicho molde medieval.
Esa visión se sustenta en que «En tiempos medievales, diferentes estructuras de poder -religioso, político, militar y comercial- buscaron el poder con apoyo en alianzas cambiantes.
Todo esto ocurre de nuevo hoy. Por eso se vaticina que el neomedievalismo va a reemplazar, en el siglo XXI, al orden westfaliano de Estados-nación aún vigente, y que el mapamundi no va a estar constituido únicamente por «Estados-nación claramente delineados».
Y en efecto, los diferentes actores tanto estatales como no estatales, que se despliegan hoy en el plano mundial, tienen fuentes de autoridad y potestades con un alcance territorial igualmente diverso. Estados soberanos, entidades multiestatales, principados, territorios insulares, organizaciones internacionales, instituciones económicas multilaterales, empresas globales, organizaciones no gubernamentales, organizaciones intergubernamentales, Cortes internacionales de justicia, fondos soberanos y organizaciones obreras internacionales coexisten e interactúan cotidianamente en la escena global presente.
El resultado de esa amalgama es una intrincada maraña de jurisdicciones, que se traslapan e incluso se contraponen, lo cual ha dado lugar a un complejo escenario en el que cada actor constituye una fuente particular de agencia y autoridad, el cual se asemeja cada vez más al orden que prevaleció en la Europa medieval. Por consiguiente, es previsible que esa semejanza continúe aumentando, en la medida en que más actores sigan surgiendo, de manera que el orden mundial futuro bien podría ostentar, con creciente propiedad, el calificativo de neo-medieval.
Repartición

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Un mundo de imperios y mega-regiones


En virtud de lo observado en las últimas décadas, hay bases para prever que el orden post-década cero, va a tener que acomodar dos actores emergentes de enorme peso específico: neo-imperios y entidades políticas regionales.
La tendencia a la conformación de nuevos imperios se percibió desde los años noventa. Aunque en ese tiempo no estaban bien definidas, las formaciones neo-imperiales surgían ya más fluidas y flexibles que los Estados-nación, si bien tendían a ser más vulnerables al estar penetradas por redes invasivas.
Entre esas formaciones destaca el nuevo imperio estadounidense, el cual se dice que surge, o más bien resurge, simultáneamente con el advenimiento de un mundo post internacional y como resultado de la toma de control del gobierno de Estados Unidos por las grandes corporaciones y por militares neoconservadores. Lo relevante, es que no estamos simplemente reconstruyendo el escenario de la Guerra Fría con más de dos actores, que es lo que esencialmente implica la multipolaridad. La presente situación de poder en la arena internacional es mucho más un regreso al mundo previo a 1914 de imperios múltiples, que no son necesariamente capaces de armonizar sus intereses.
Otro de los grandes imperios emergentes es Europa, cuyo estatus como tal va a consolidarse, cuando el Estado-nación desaparezca y los imperios en formación se conviertan en los actores dominantes, junto con las redes transnacionales y el «Estado mercantil».
El hecho, no obstante, es que la tesis de la formación de nuevos imperios no ha ganado consenso. Es rechazada argumentando que los imperios requieren un poder centralizado ejercido por un Estado poderoso, lo cual no es factible en el mundo actual, donde el poder está uniformemente distribuido. Sin embargo, dado que los imperios son heterogéneos por definición y por ende altamente descentralizados, la verdad es que entidades como la UE, sí pueden justificar ese calificativo, en la medida en que sus miembros líderes -en este caso Alemania y Francia- ejercen un poder central como el que politólogo estadounidense y estudioso de asuntos internacionales James N Rosenau considera indispensable para que un imperio funcione como tal.
Si bien los otros campos imperiales (China y Estados Unidos) tienen una estructura y un ámbito de autoridad más difusa, el hecho es que ejercen una influencia igualmente poderosa dentro de sus respectivas esferas de influencia mediante la cual sostienen ese estatus. Aún más, en rigor China puede catalogarse en sí misma como un imperio, pues en los hechos nunca ha dejado de serlo desde que Qin Shi Huang unificó a los estados guerreros y fundó el primer imperio en 221 a. C. A tono con esta observación, actualmente se está configurando una nueva versión del orden global que prevaleció por milenios hasta 1800, con China a la cabeza; este proceso es propulsado por un grupo de organismos regionales en los que el país desempeña el papel central, en particular ASEAN + 3, la Organización de Cooperación de Shangai y el grupo BRICS. De la misma manera, en los hechos Rusia siguió siendo un imperio después de la caída del régimen zarista y del desmantelamiento de la Unión Soviética, si bien ahora se le designa oficialmente como «federación».

ASEAN
OCS
Porai andan los BRICS


La visión de un mundo neoimperial es reforzada por otras observaciones

Mafalda a los Mundi-marrulleros


Para Josep M Colomer, un economista y politólogo Español, autor de numerosas publicaciones con estudios teóricos y comparativos […] el mundo actual se caracteriza por la vastedad y el carácter incluyente de unos cuantos grandes imperios [Estados Unidos, China, Europa, Japón y Rusia], la declinación o fracaso de los Estados soberanos, y el florecimiento de cientos de pequeñas, independientes o políticamente autónomas comunidades y naciones. Lo notable es que no se trata del renacimiento de los grandes imperios del pasado, sino de la configuración de una versión contemporánea de esa figura cuyos rasgos principales son: un tamaño sumamente grande en cuanto a población y territorio, ausencia de límites territoriales fijos o permanentes, una mezcla de grupos étnicos y unidades territoriales diversos, y un entramado de jurisdicciones en niveles múltiples que se traslapan. Por lo tanto, el término «imperio» no debe confundirse con el de «imperialismo», ya que el primero designa a una entidad política concreta, mientras que el segundo alude a una política o actitud de acuerdo con la que una potencia se puede conducir en el plano internacional. Éste es el caso de Estados Unidos, que después de la Guerra Fría adoptó una estrategia que busca conservar la hegemonía global preservando su primacía como el país más poderoso en el mundo. Esa «gran estrategia es ‘imperial’ en su núcleo […] ya que sus proponentes creen que Estados Unidos tiene el derecho así como la responsabilidad de interferir en la política de otros países».
En la práctica ocurre que las entidades multiestatales que han venido conformándose en las últimas décadas, están dando lugar a un orden multipolar formado por regiones autosuficientes, pero no autárquicas enraizadas en las antiguas civilizaciones, las cuales «[…] deben ser internamente multiculturales, de manera similar a los imperios históricos que han proporcionado a la humanidad un molde político eficiente por mucho más tiempo, que el homogenizante sistema de Estados-nación.
En síntesis, puede decirse que hay bases para prever que el orden que se instaure en el mundo, en el futuro cercano, incluya entidades geopolíticas con rasgos similares a los imperios que surgieron y desaparecieron desde los albores de la civilización hasta bien entrado el siglo XX, pero en una versión propia del XXI. Un rasgo que distingue a esta nueva versión, es que algunas de esas entidades van a tener una doble identidad, ya que además de los propios, van a ostentar los rasgos básicos del otro nuevo actor, que el orden por venir va a tener que acomodar también y que igualmente va en camino de ser protagónico: las mega-regiones.
La percepción de un mundo poblado por mega-regiones como actores dominantes se inscribe en una línea de argumentación cuyos orígenes se remontan a los trabajos de Karl Polanyi, científico social y filósofo que trabajó en el ámbito de la antropología económica y la crítica de la economía ortodoxa, escritos durante la Segunda Guerra Mundial, específicamente un seminal pero poco conocido artículo (Polanyi, 1945). En ese entorno convulso y caótico, Polanyi observó que grandes entidades multinacionales estaban surgiendo (p.e.: la Mancomunidad Británica de Naciones, la Unión Soviética), en las que nuevas formas de socialismo, de capitalismo y de economía planificada estaban apareciendo. Esta observación lo llevó a plantear que «El nuevo patrón permanente, de las cuestiones mundiales, es uno de sistemas regionales coexistiendo uno al lado del otro».
Y en efecto, ya en los años de la Guerra Fría los Estados-nación tendían a fundirse para crear entidades regionales y las organizaciones internacionales ya contemplaban la formación de un gobierno mundial. En medio del desorden de la post-Guerra Fría, se percibió igualmente el surgimiento de nuevos «súper-Estados regionales» en Europa y Norteamérica, y la aparición de grandes entidades multiestatales, que desplegaban agencia e iniciativa y de las que su máximo ejemplo era la naciente Unión Europea.
En ese contexto emergió la tríada de mega-regiones -Europa Occidental, Norteamérica y Asia Pacífico- que pronto se perfilaron a convertirse en los actores dominantes en la escena global de fin de siglo. Para 2001 la tríada ya concentraba las tres cuartas partes de la inversión extranjera directa (UNCTAD, 2002), y para 2004 cerca de 90% de la producción mundial (Banco Mundial, 2006).
Haciendo eco de todos esos procesos, el profesor emérito de Historia Económica en la Universidad de Göteborg, Björn Hettne, quien ha escrito extensamente sobre economía política internacional, regionalismo (sur de Asia, Europa) y teoría del desarrollo y los conflictos. También se ha dedicado a la investigación sobre la «Anatomía de emergencias complejas». Abogó así por un regionalismo multilateral en el que el acceso a un bloque se determine en función de la proximidad geográfica, ya que dicho esquema conduce a un orden postwestfaliano en el que el Estado es reemplazado, o bien complementado, por bloques políticos regionales.
Pero el surgimiento de grandes formaciones regionales, cabe apuntar, no es sólo una tendencia abstracta producto de las visiones y percepciones de académicos y estudiosos del orden global, sino que se trata de una tendencia tangible y concreta que ha exhibido una fuerza creciente en las últimas dos décadas. Más de 40 acuerdos de integración a escala intercontinental, continental y regional están en vigor actualmente alrededor del mundo (ADB, 2008; www.caexpo.org; www.europa-eu-un.org; www.africa-union.org). Adicionalmente, 297 acuerdos comerciales firmados y en vigor habían sido notificados a la UMC, y antes del GATT, a mayo de 2011 (http://www.wto.org); además 2,750 acuerdos bilaterales de inversión, 2,894 acuerdos para evitar una doble tributación y 295 acuerdos internacionales de inversión estaban en vigor a finales de 2009 (UNCTAD, 2010: 81).
El que la Unión Europea sea, por mucho, el más comprehensivo y avanzado de esos procesos de integración regional y por lo tanto el ejemplar más acabado de entidad política regional como las que identifican Hettne y demás autores, es una realidad comprobada por los hechos. No sólo agrupa 27 Estados, que pronto pueden llegar a 30, sino que además ha firmado cuando menos dos docenas de tratados de libre comercio y acuerdos de asociación económica con países de todas las latitudes, y actualmente negocia media docena más.
Muy de cerca le sigue -un hecho que por cierto no se comenta en la literatura- la Unión Africana (UA), organismo de alcance continental que ha desarrollado una estructura organizacional muy similar a la de la Unión Europea (www.africa-union.org). A la UA se suman cuando menos una docena de organizaciones regionales con objetivos similares en ese continente.
Le siguen en cobertura y grado de consolidación: el Mercado Común Sudamericano (Mercosur), que comprende la mayor parte de ese subcontinente; la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), la cual agrupa a los 10 países de esa región; la Asociación para la Cooperación Regional del Sur de Asia; la Organización de Cooperación Económica Regional de Asia Central; y el Área de Libre Comercio del Sur de Asia. A todas ellas puede agregarse ASEAN + 6, un nuevo agrupamiento formado por China, la India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, el cual puede ser la semilla para la formación de una comunidad económica de Asia.
El hecho es, pues, que los procesos de integración regional ocurren a lo largo y ancho del planeta, lo cual otorga bases para aseverar que la regionalización es un proceso suficientemente poderoso y generalizado, como para hacer que un orden geopolítico, como el que atisbó Polanyi y avizoran con más precisión Hettne y los demás autores, sea una realidad concreta en un futuro no muy lejano.
Sin embargo, las tendencias y procesos en marcha actualmente apuntan a que las macroregiones multinacionales al estilo Hettne, van a coexistir con entidades neo-imperiales de rasgos similares, algunas de las cuales, en particular la UE, se perfilan a ser al mismo tiempo imperios y macro-regiones; otras van a seguir siendo Estados-nación, pero a la vez entidades neo-imperiales, sobre todo China, Estados Unidos y Rusia.
Más generalmente, puede decirse, en conclusión, que el orden que se configure en el mundo más allá de la década cero, se va a caracterizar por una multiplicidad y una diversidad sin precedentes de actores y de fuentes de autoridad con ámbitos de acción y jurisdicciones igualmente diversas, que por lo tanto se van a traslapar. De esta manera, apunta a ser un orden más propiamente multipolar con rasgos neo-medievales en el que coexistirán mega-regiones y entidades de corte neo-imperial que estarán en la cúspide de la pirámide de poder y gobernanza globales. En todo caso, ese orden se encamina a ser menos jerárquico y menos centralizado, si bien más complejo y probablemente más inestable que la actual variante post-9/11 del orden de la post-Guerra Fría, y más aún que el orden bipolar de la Guerra Fría, bajo el que el mundo pudo disfrutar durante cuatro décadas de la tensa pero sostenida estabilidad que propició la «pax estadounidense».

UE
Neo-imperialismo
UA

Si te has dado cuenta en esta segunda parte, con excepción de Brasil, América Latina no tiene figuración, en estos asuntos de geopolítica y nuevo orden, posiblemente Mafalda, en su ingenuidad infantil, nos diga alguna razón.

¿Cuestión hemisférica?

¿Habrá un nuevo orden mundial tras la crisis del Covid-19?


Como hemos leído, se han producido cambios, sin haber disparado una bala, pero además durante los meses transcurridos desde la aparición del coronavirus, algunos analistas han coincidido en concluir que la pandemia actual representa tanto la peor crisis de salud pública, como el mayor desafío a la democracia desde la Segunda Guerra Mundial. El COVID-19 supone un desafío radical a nuestro sistema político, al estado de bienestar, a nuestras cotas de prosperidad económica y posición de liderazgo global. Sin embargo, hay menos acuerdo en lo que se refiere a las consecuencias de la pandemia en el orden mundial, esto es, en lo que respecta a la distribución y legitimidad del poder. Los análisis se centran en una cuestión principal: ¿Acelerará una transición hegemónica, o enconará el conflicto de poder entre China y EE. UU?

Unos analistas creen que el COVID-19 remodelará el orden mundial al reforzar el liderazgo global de China, que aprovechará la ausencia del liderazgo estadounidense e incrementará su “diplomacia de mascarillas” (por ser el mayor proveedor de material sanitario). Otros sostienen que la pandemia es un catalizador que, como mucho, se limitará a acelerar los desafíos y conflictos previos entre China y EE. UU.

¿Habrá un nuevo orden mundial como consecuencia del COVID-19? La combinación de una pandemia y de su impacto en la economía global provocará algunos efectos geopolíticos, pero no cambiará el orden mundial, por dos razones principales:

1) En primer lugar, la historia demuestra que las pandemias nunca han afectado a las políticas entre grandes potencias: la gripe de 1918-19 apenas se menciona en el discurso moderno sobre las relaciones internacionales; el SARS de 2002-04 no frenó el ascenso de China en el sistema internacional; las pandemias de gripe H1N1 (2009) y ébola (2014 y 2019) tampoco trastocaron el equilibrio de poder entre las grandes potencias.

2) La segunda razón es igualmente obvia: desde las guerras napoleónicas, los cambios significativos en la distribución del poder han sido consecuencia de guerras (así, los órdenes surgidos después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, o tras la Guerra Fría).

Como afirma Henry Kissinger, el orden mundial cambia cuando se enfrenta a una de dos circunstancias posibles que desafían su cohesión, desde luego que este es el concepto, tan tradicional como convencional, en lo referente a un cambio de orden: la redefinición de la legitimidad o un cambio significativo en el equilibrio del poder. No estamos todavía ante una redefinición de la legitimidad del orden mundial creado tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. La relación transatlántica que lo sostiene afronta muchas dificultades, pero los países que lo conforman no han abandonado los valores de la democracia liberal. Ningún poder revolucionario ha conseguido imponer un orden alternativo. Los que creen que China va a salir de esta pandemia como mayor beneficiario por aumentar su influencia a través del poder blando y convertirse en paradigma de la gestión eficiente del COVID-19, se equivocan. Hay una absoluta falta de transparencia en la gestión de la crisis del Gobierno chino, por lo que no puede ser un modelo en ese aspecto. La “diplomacia de mascarillas” es pura propaganda del régimen comunista y no “poder blando”, porque este se basa en atracción persuasiva. Nadie querría ir a vivir a China, aunque disponga de material sanitario excedente (y en gran medida defectuoso), y sí –todavía– a los países de la UE o a EE. UU.

El cambio significativo en el equilibrio del poder que podría afectar al orden liberal se estaba gestando antes de la pandemia. China entonces representaba el principal desafío a aquel, porque era difícil que su ambición se acomodase a una tensión estable con EE. UU. Pero esta tendencia, en lugar de acelerarse, se puede ralentizar. Pues una de las consecuencias más previsibles del COVID-19 será la “desacoplación”. Los EE. UU. y la UE procurarán depender mucho menos en lo económico de China, lo que debilitará el poder de esta y, por tanto, su capacidad de influir en las relaciones internacionales.
Por su parte Japón, que es la tercera de las mayores economías del mundo, su primer ministro, Shinzo Abe, ha propuesto «construir una economía que sea menos dependiente de un país, China, para que el país pueda evitar mejor las interrupciones de la cadena de suministro», informó Nikkei Asia Review.
«Debido al coronavirus, están llegando menos productos de China a Japón», dijo Abe. «La gente está preocupada por nuestras cadenas de suministro».
De los productos que dependen en gran medida de un solo país para la fabricación, «deberíamos intentar trasladar los artículos de alto valor agregado a Japón», dijo el líder. «Y para todo lo demás, debemos diversificarnos en países como ASEAN».
Los planes han causado escalofríos en el Partido Comunista de China, ya que más economías en el mundo están listas para seguir el ejemplo japonés. El Reino Unido, la UE y los Estados Unidos pueden hacer lo mismo.

Sólo para tener una idea, de concretarse estas acciones, el efecto sería algo así como un vanidoso criador de cabras, por negocio, que al acostarse se jactaba de tener 500 cabras y al levantarse sólo cuenta con 70, porque en la noche los dueños recogieron las suyas.

El COVID-19 cambiará nuestro estilo de vida, pero no el orden mundial mientras los países democráticos estén dispuestos a defender y conservar sus valores e instituciones. Y lo harán, porque estos son la base de la legitimidad de su poder nacional e internacional y porque los necesitan para proporcionar a sus ciudadanos seguridad, orden, bienestar económico y justicia sin renunciar a la libertad.

¿Qué recibirán?

Para aclarar

Orden postwestfaliano, es relativo a lo que es conocido como el orden llamado “de Westfalia” u “orden westfaliano” se refiere a las reglas de gobernanza internacionales establecidas en Europa en 1648 y que definieron la esencia de las relaciones internacionales a lo largo de varios siglos. Fue el fruto de las negociaciones que pusieron fin a la terrible Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648) y que tuvieron lugar en dos ciudades de Westfalia (Alemania): Münster y Osnabrück. La Guerra de los Treinta Años devastó a Europa, en particular a Alemania, y mezcló las fuertes tensiones religiosas que sacudían al continente desde el siglo anterior con una lucha de poder geopolítico que opuso al Imperio Habsburgo a los Estados modernos emergentes como Francia, Suecia, Dinamarca y Países Bajos (Provincias Unidas). Las negociaciones diplomáticas que duraron años mientras el conflicto se propagaba por el continente tenían en vista dos objetivos: poner término a la guerra y garantizar que no pudiera desatarse otro conflicto de esa índole. Al mismo tiempo, cada país deseaba salir del conflicto con la mayor ventaja posible, determinada por los resultados obtenidos en el transcurso de las numerosas batallas que fueron marcando el paso de la guerra.
La autarquía, autarcía o economía autosuficiente (ambas del griego αὐτάρκεια)1 o autosuficiencia es un término comúnmente usado en la economía, que indica la condición de las personas, lugares, mecanismos, sociedades, sistemas industriales o naciones que luchan por su autoabastecimiento o que rechazan toda ayuda externa. Se puede encontrar o proponer en países con los suficientes recursos naturales como para no tener que disponer de importaciones de ningún tipo.

De un comics

¡Sólo vivimos una vez amigo! – Charlie Brown
¡No amigo, morimos sólo una vez, pero vivimos todos los días!
Snoopy

Mi opinión

Se ha dicho y se dice mucho del Nuevo Orden Mundial, desde políticos a comics, pasando por economistas, tarados, columnistas y hasta estúpidos, que sólo repiten lo que escuchan ¿Quién tiene la razón? No lo se, lo que si se, es que el mundo debe hacerse más humano, equilibrado, libre, desprejuiciado y honesto, si queremos que sea una buena herencia, para quienes nos sigan.
En cuanto al COVID-19 o SARS-COV-2, si es natural, la madre natura misma, se ocupará de enseñarnos y prepararnos a superarlo y convivir con él, si es creado, también se encargará de sus fraudulentos creadores y sufrirán sus consecuencias, después de todo, la naturaleza es experta en equilibrio y auto-regulación. En lo que a mí respecta, todavía sigo creyendo que es el gran negocio, del presente siglo, en el cual se hacen plenamente presentes y sin escrúpulos, la ambición, la bajeza, el deseo de poder, la necesidad de reconocimiento y la perpetuidad de los “líderes”.
Me despido con una frase de uno de mis maestros preferidos, el científico más importante y popular del siglo XX, Hans Albert Einstein.


Miguel Alberto Zurita Sánchez. ¡No Más MGF´S! Coro 23 / 10 / 2.020.

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