Opinión

Entrevista a Arturo Uslar Pietri: ajuste de cuentas. Por Rafael Arráiz Lucca (Tomado de PRODAVINCI)

Fotografía de Vasco Szinetar

A continuación publicamos la última entrevista que concediera el escritor e intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri. Rafael Arráiz Lucca sostuvo una serie de encuentros con Uslar durante los años 2000 y 2001 para la realización de este trabajo, que se considera un documento invaluable para el entendimiento de la obra y vida de Uslar Pietri.

La cuadrícula urbana caraqueña comenzó a ser desbordada hacia finales del siglo XIX. Aquel trazado típico de la obra colonizadora española en América se desdibujó por el efecto de la urbanización de las haciendas de la periferia. Uno de los primeros trazados urbanísticos hacia el este de la ciudad fue el de la urbanización La Florida, hacia la tercera década de la presente centuria. Allí queda la casa de Arturo Uslar Pietri: una edificación característica del tiempo en que fue levantada, bajo las pautas de diseño arquitectónico de Carlos Raúl Villanueva.

La mayor parte de su existencia ha transcurrido en esta residencia. El largo período de su vida matrimonial con Isabel Braun Kerdel y el nacimiento de sus dos hijos, Arturo y Federico, encuentran marco entre las paredes de este espacio austero. El centro del inmueble, quién lo duda, está en la biblioteca. Dos rectángulos tapizados por estantes de madera -que construyó el padre ebanista de su amigo el escultor, Francisco Narváez- constituyen el epicentro de la vida de un hogar que se distingue por su sobriedad. Apenas tres imágenes saludan entre la vivacidad de los libros: una miniatura de Bolívar, pintada por Espinoza, que le regaló su primo hermano y amigo entrañable, Alfredo Boulton, y dos fotografías de enorme poder simbólico en su vida: una con el presidente Isaías Medina Angarita, en el momento en que firma el acta como Secretario de la presidencia, y otra con Jorge Luis Borges, cuando el maestro argentino estuvo de visita en Caracas, en 1982. Uslar y dos personajes centrales de sus dos devociones: la política y la literatura.

Para llegar a la biblioteca se atraviesa el comedor. Allí, sobre una mesa, reposa el premio Príncipe de Asturias que el escritor recibiera de manos de Don Felipe de Borbón en 1990. Una talla de madera oscura de Narváez dialoga, desde la pared, con la madera clara de los muebles escandinavos del comedor. Ante una suerte de recibo, columna vertebral que distribuye, nos espera una vez que hemos franqueado la puerta. Los mosaicos del piso, rojos y con pequeñas ilustraciones como medievales, me remiten al tiempo en que en Caracas se hacían este tipo de piezas. En el jardín, un pastor alemán expresa su poder amenazante ladrando, una vez que un portón negro, encuadrado en una pared cubierta de hiedra, se ha abierto para nosotros. Desde hace casi veinte años vengo a conversar con el doctor Uslar con alguna frecuencia, pero sólo ahora hemos decidido de mutuo acuerdo grabar unas cuantas horas de diálogo. El preludio de estos diálogos está en una entrevista que sostuvimos con motivo de su 80 años, momento en el que el país entero se dispuso a celebrar su vida y su obra; incluso sus adversarios históricos participaron en el homenaje. El escritor ha cumplido 94 años y se anima a hacer un recuento de sus avatares y a volver sobre sus obsesiones temáticas. Corren los meses finales del 2000: vamos del calor bochornoso de agosto al reconfortante fresco decembrino. El cielo se va despejando.

I

La estirpe familiar, los primeros años

El 16 de mayo de 1906 nace en Caracas el hijo de Arturo Uslar Santamaría y de Helena Pietri Paúl. El primer Uslar en llegar a Venezuela fue Johann von Uslar, nacido en Lockum (Hannover), en 1779. Servía en el ejército inglés y, por tal motivo, en 1819, se embarca hacia Venezuela a luchar contra los españoles. Aquí llega al frente de un contingente de 36 oficiales y cerca de 300 soldados que lo conducen hasta la cúspide de la victoria patriota: la Batalla de Carabobo.

Una vez concluida la guerra se establece en Valencia, donde contrae matrimonio con María de los Dolores Hernández. De ambos desciende el también general Federico Uslar Hernández, a quien sabemos partidario de la causa liberal de Guzmán Blanco, de quien fue condiscípulo. Federico fue el padre de Arturo Uslar Santamaría, quien también abrazó la carrera de las armas y alcanzó el grado de coronel en el ejército gomecista.

Por la rama de los Pietri los puntos de llegada a Venezuela, como se sabe, son Carúpano y Río Caribe: puertos por los que desembarcó la gran inmigración corsa de principios del siglo XIX. Su abuelo fue el médico y general Juan Pietri, quien llegó a desempeñar altísimos cargos en el aparato del Estado de su tiempo. De sus antepasados, Uslar Pietri conserva un lejano recuerdo.

Por el lado paterno, Juan Uslar, que era un alemán, hannoveriano, que se había educado en Inglaterra, había ido con Wellington a España y, por unas razones difíciles de explicar, resolvió organizar una expedición en Alemania y se vino con dos barcos y con una cantidad de voluntarios a Margarita para sumarse a la independencia de Venezuela.

¿Es su bisabuelo?

Sí, el primer Uslar en Venezuela.

¿Conoció a sus abuelos?

Conocí a algunos de ellos: a don Federico Uslar, mi abuelo paterno, cuando él murió yo tendría 4 años. Pero a mi abuelo materno, el doctor y general Juan Pietri, lo conocí más. Él murió siendo del Consejo de Gobierno y fue una figura política y militar muy curiosa. Cuando murió yo tendría 6 años.

Recuerdo que iba con mi madre a saludarlo con mucha frecuencia. Lo veo sentado en el corredor de la casa leyendo el periódico con un gorrito en la cabeza, un gorrito de esos bordados. Tenía una barba y al entrar yo siempre le decía: “bendición, gran Papá”.

Aquel 16 de mayo es esperado en una casa caraqueña que quedaba entre las esquinas de Romualda y Manduca.

Hasta hace poco existía. Cuando fui director de El Nacional hice que la retrataran para guardarla, por ahí tengo un juego de fotografías, no sé cómo está ahora, no sé si la tumbaron o no.

Después de Manduca viene Ferrenquín.

Eso de darle nombre a las esquinas es cosa de Caracas, en el interior no es así. Es una herencia colonial, eso vino de un obispo que hubo aquí, muy religioso, que resolvió para poder rendir mayor culto a los santos, dedicarle cada esquina a uno distinto.

En 1912 es inscrito en la Escuela Unitaria que dirige Alejandro Alvarado, en su ciudad natal, pero al año siguiente lo cambian para el colegio de los padres franceses, bajo la égida del padre Benjamín Honoré. En 1916 su padre es nombrado Jefe Civil de Cagua y la familia se traslada para vivir en Maracay. Allí culmina la escuela primaria en la escuela municipal Felipe Guevara Rojas. Luego es inscrito en el bachillerato en el Colegio Federal de Varones, en la misma ciudad.

Hice lo mejor que pude y tuve suerte de conseguirme algunos maestros muy buenos en Maracay, entre ellos el bachiller Rodríguez López. Era un hombre muy valioso que me enseñó mucho sobre el conocimiento de la naturaleza.

En ese entonces Maracay era un pueblo.

Era un pueblo que tenía 4 mil habitantes, pero tenía unas casas grandes, muy buenas, porque Maracay tradicionalmente ha sido una ciudad preferida por los caudillos, a Páez le gustaba mucho Maracay y a Gómez, desde luego.

Es que el sitio es muy bonito. Esos valles son preciosos.

Es muy bonito. Pero ahí está La Victoria que era más ciudad y, sin embargo, la gente prefería a Maracay.

De su infancia en Maracay nos llega la anécdota de su primer encuentro con el general Gómez.

Yo iba para la escuela a las 2 de la tarde, iba con alguno de los compañeros repasando la lección, y cogí la acera de la casa del general Gómez y venía absorbido en mis cosas y de repente sentí que iba a tropezar con alguien y era el general Gómez, que venía caminando con un policía por toda guardia.

¿Venía con uno de esos trajes raros que él usaba?

Sí, él se vestía de un modo muy caprichoso. Usaba unas botas sueltas de cuero muy fino hasta las rodillas. No usaba, salvo en actos oficiales, gorra militar. Usaba generalmente un panamá y una guerrera que no era regular tampoco, porque no usaba correaje, lo que se ponía era la presilla de general en Jefe y usaba unas blusas de tela de seda.

Probablemente Tarazona iba con él ese día.

No, Tarazona no salía con él como edecán, Tarazona le servía en la mesa, fue su asistente desde la época de las campañas, un hombre de su absoluta confianza, claro.

Era un indio, ¿no?

Creo que era más negro que indio. En esa casa del general Gómez en Maracay él tenía cosas muy valiosas, pero todo eso desapareció. Recuerdo que tenía un cuadro, de no sé cuál pintor venezolano, en el que estaban los hombres de la revolución libertadora, entre ellos estaba mi abuelo. También recuerdo que tenía una copa de oro grande, muy bonita, que se la regaló una compañía petrolera, sobre un escritorio en un rincón, desde donde despachaba.

A mí me contaba Rubén González, que fue su ministro del Interior, que un día en que fue a darle cuenta allí donde estaba el escritorio, en una mesita al lado vio un folletico que el propio González había publicado años antes, se llamaba “El gañán de la Mulera”. Entonces, cuando González entró y vio el folletico, Gómez le dijo: “Alguien que no es amigo suyo lo trajo, pero no se preocupe, doctor, eso lo escribió usted cuando no éramos amigos, ahora somos amigos y eso ya no importa”.

En aquella infancia maracayera nació su amistad con un hijo del general Gómez, Florencio, y la consecuente cercanía doméstica con el general, además de que su padre trabajaba a su servicio.

Yo fui amigo desde niño de Florencio Gómez y el pobre negro Gómez murió un día en Caracas, era una excelente persona. Tuvimos una amistad toda la vida y eso me permitió ver unos aspectos muy interesantes de lo que era la vida de Gómez. A veces este se iba de Maracay a El Trompillo, a Güigüe, cuando le compró esas haciendas a Pimentel. Y entonces Florencio se empeñaba en que me fuera con ellos y a veces lo hacía, de modo que pasé muchos días en la misma casa del general y me sentaba en la misma mesa.

¿Era de buen comer el general Gómez?

Cómo no, pero le gustaba la comida muy tradicional, hervidos y cosas de esas.

Y hablaba poco.

No, a veces estaba muy hablachento, a veces se ponía a recordar, sobre todo cuando estaba allí Tobías Uribe, que fue su compañero de infancia.

¿En qué se iban hasta El Trompillo?

En un carrito, por carreteras que estaban parcialmente pavimentadas. En esa ruta conocí Magdaleno, una aldeíta que sale en “Las lanzas coloradas”. A veces el general Gómez comentaba la impresión que le produjeron los primeros negros que vio, cuando salió del Táchira, en esa época en el Táchira no había negros.

¿Alguna vez oyó al general Gómez hablar de Castro?

No

Los años de la infancia y la adolescencia, que suelen ser los de la primera formación, fundamentales, transcurrieron, como vemos, en Maracay. De esos días, la opinión que hoy en día formula nuestro autor no es la más condescendiente.

Mi formación fue muy pobre. Crecí en una aldea. Mi primera apertura al mundo fue cuando fui a Francia en el año 1929, cuando pude quedarme allá a lo largo de 4 años. La mayor parte de mi formación tuvo lugar en colegios públicos de poco vuelo, y no fui un estudiante brillante, no, nunca lo fui.

¿Algún maestro, además del bachiller Rodríguez López en la ciencia, le enseñó el camino de la literatura?

No, en verdad, mi educación fue muy mala, muy falla, toda en colegios públicos.

¿De modo que usted se educó a sí mismo?

Bueno, sí, gracias a la vida y la curiosidad, por mi cuenta.

Pero el joven Uslar no va a terminar el bachillerato en Maracay. Primero pasa seis meses estudiando en Valencia, en el colegio salesiano, interno, y luego se muda a Los Teques, con su familia, en 1923, y estudia en el Colegio San José.

Yo viví en Los Teques un tiempo, porque sufrí un paludismo pernicioso que me iba matando, y el médico recomendó aquel clima. Mis padres se mudaron para allá. Tuve una gran suerte: mi padre y mi madre se ocuparon mucho de mí, fueron excelentes conmigo.

¿Usted tuvo un hermano menor, no es cierto?

Sí, Juan, 19 años menos que yo, ya murió.

De modo que usted creció como hijo único.

La verdad es que sí, evidentemente, y eso me obligó a cierta soledad, a vivir mucho tiempo solo.

En 1924, a los dieciocho años, el joven Uslar presenta su tesis para optar al título de bachiller, se titula: “Todo es subjetividad”. El mismo año es admitido en la Universidad Central de Venezuela para seguir estudios de Derecho. Comienza su vida adulta en Caracas, en la soledad de las pensiones, ya que sus padres regresan de Los Teques a Maracay.

Cuando entré en la universidad mis padres permanecían en Maracay, y yo vivía aquí en casa de pensión. De entonces recuerdo que en la misma casa vivía el cabezón Guruceaga. Para un hombre de su edad, Rafael, es muy difícil comprender la pobreza, el aislamiento, la ignorancia, la precariedad y la limitación de lo que era la vida venezolana hasta la muerte de Gómez. Era una cosa terrible lo que había aquí, era muy inhóspito el ambiente. En esa época nos reuníamos mucho en la Tipografía Vargas, la imprenta, precisamente, de Guruceaga. El cabezón, como se le decía, era un alma de Dios, un excelente amigo, y nos sirvió a todos de apoyo, de ayuda, yo, que fui de los primeros que publicó un libro, lo logré en parte porque mi padre me ayudó y en parte por las facilidades que Guruceaga me dio.

Los años universitarios del joven Uslar, entre 1924 y 1929, obviamente serán fundamentales para la historia política y literaria de la Venezuela del siglo XX. Ya entonces Uslar colabora con frecuencia en la revista Elite, mientras  se desempeña como escribiente en el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil del Distrito Federal.

En 1928 va a fundar la revista de la vanguardia literaria venezolana “Válvula”, publicación de un solo número, y entregará su primer libro de cuentos: Barrabás y otros relatos. Pero así como sus compañeros de generación lo encuentran en primera fila en lo literario, no ocurre lo mismo en política. Mientras la mayoría enfrenta a Gómez, Uslar hace silencio. En varias oportunidades ha ventilado este asunto, y siempre ha confesado que hubiera sido muy difícil para él enfrentar el régimen para el que trabajaba su padre, el régimen presidido por el padre de sus amigos entrañables de infancia.

La Generación del 28 es un mito que hay que revisar. La generación literaria fue muy pequeña y en ella yo sí tuve una participación muy grande, por el famoso editorial de la revista Válvula, pero lo que después se llamó, por intereses políticos, la Generación del 28 fueron aquellos estudiantes que protestaron contra Gómez en Caracas.

En 1929 se gradúa de doctor en Ciencias Políticas con la tesis “El principio de la no imposición de la nacionalidad y la nacionalidad de origen” e, inmediatamente, parte hacia París con un cargo diplomático: Agregado Civil de la Legación de Venezuela y, a su vez, Secretario de la Delegación de Venezuela ante la Sociedad de las Naciones. Comienza otra etapa.

II

París era una fiesta

Los años parisinos de Uslar van a ser motivo de exaltación permanente en el momento en que el autor hace el recuento de su vida. No es para menos, el mundo le abre sus puertas, es la primera vez que sale de Venezuela, cuenta 23 años, y todas las ganas de hacerse un escritor. Al no más llegar a la capital de Francia asiste a las tertulias que presidía  Ramón Gómez de la Serna, y en ellas conoce a quienes van a ser sus amigos más cercanos, en su experiencia europea: Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, pero también conoce a Rafael Alberti, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Luis Cardoza y Aragón, Robert Desnos, André Breton, Curzio Malaparte, Paul Valery, Jean Cassou, este último va a ser el traductor de su primera novela al francés, todos ellos personajes de aquel París mítico de los años veinte y treinta.

Me fui a  París el año 29 y me quedé, afortunadamente para mí, 4 años y pico, que fueron muy importantes; descubrí el mundo, salí de una Venezuela muy atrasada, aislada, muy ignorante, y me soltaron en medio de aquella fiesta, como decía Hemingway. Una fiesta en una época muy rica, eso que llaman la Europa de entreguerras, la época del surrealismo, de la revolución rusa, una época muy fecunda, llena de innovación, de motivaciones, fue el momento en que aparece Sartre.

El viaje fue épico. El barco salía de La Guaira y tocaba en Carúpano, luego en Trinidad, Barbados, Martinica, allí cargaba carbón y el vapor se llenaba de polvo, luego Guadalupe, hasta que finalmente llegaba a Le Havre, 12 días después. En aquellos barcos, que se movían mucho, se leía, también había una orquestica y la gente bailaba. Otros, como el Colombie, en el que regresé casi cinco años después, tenía una piscina.

¿Allá surgió la idea de escribir “Las lanzas coloradas”?

Yo siempre he sido muy venezolano y me preocupaba la llegada de 1930, que era el año del Centenario de la muerte de Bolívar, y me preocupaba qué íbamos a hacer los jóvenes venezolanos con ese centenario. Entonces le escribí a Rafael Rivero, que se ocupaba de cine, a ver si hacíamos una película. En aquellos días yo había visto una película que me había impresionado mucho, de un autor ruso, que se llamaba “Tempestad en Asia”, y entonces pensé que podríamos hacer algo parecido, una película sin protagonista, como una rememoración o como el descubrimiento de nuestra civilización. Pero aquellos sueños no terminaron en nada y, bueno, el guión que era Las Lanzas coloradas se convirtió en una novela.

No es poca cosa, ¿no?

La escribí en tres meses

¿En esos tres meses no hizo otra cosa?

Sí, trabajaba en la Delegación venezolana con César Zumeta: un hombre muy fino, con quien tuve estupendas relaciones. Le servía de secretario, él me dictaba cartas y otros documentos. Conocía a fondo la historia de Venezuela.

Después de aquella primavera en que escribe su primera novela, viaja a Italia, y al año siguiente hace un alto en sus labores y viaja a España en busca de un editor para su primer fruto novelístico. Lo consigue (Editorial Zeus, Madrid) y el éxito es inmediato: se pone en marcha el mecanismo de la traducción, y en años siguientes salen a la calle las versiones francesa y alemana. Se detiene, el mismo año, con su amigo Asturias, enfrente de las pirámides de Giza, en Egipto. Su vida parisina sigue en marcha, pero ya no es un autor inédito y, por el contrario, el aprecio de los hispanoamericanos residentes en París va en ascenso.

De su novela, en 1970, Asturias escribe un prólogo, entonces recuerda sus años parisinos: “Medio siglo ha pasado. Montparnasse… Otro Montparnasse. El ‘Falstaff’. Aún queda. Está como entonces. Un café-bar-rincón entre holandés y noruego, propio para que la figura de nórdico de este joven escritor venezolano, alto como escalera, de modales medidos, diera lengua suelta a su creación novelística, leyendo para algunos amigos ‘Las lanzas coloradas’, novela con claves para la interpretación de nuestra realidad americana. Está, desde entonces, nuestra preocupación de novelistas: lo americano-nuestro. Andando y hablando. Así teníamos que hacerlo, de paso y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos -el surrealismo-, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro”.

Años después, el propio Uslar rememora sus tiempos parisinos en una crónica de viaje signada por la nostalgia. Va de visita a la ciudad que le abrió las puertas, dice: “Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a esa ciudad como una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de su vida, me parecían el solo color, el solo olor y las únicas formas de vida apetecibles y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me ocurría soñar que me había marchado, y me despertaba, en mitad de la noche, con el sobresalto de una pesadilla. Cuando salía a un corto viaje, el regreso me parecía una maravillosa fiesta.” En la misma crónica, más adelante, sentencia: “La gente que se da a París no sólo lo sienten como el centro del mundo, sino , además, como si todo el mundo válido estuviera resumido y puesto en él… No sólo sienten que han recibido todo lo más deseable para el hombre en su mejor forma, sino que, además, siente la ilusión de no haber renunciado a nada”. Años después, aquel joven regresa a vivir a la ciudad imantada, pero ya lo hace como Embajador de Venezuela ante la UNESCO y cuenta con casi setenta años; habrían pasado, entonces, cincuenta de su primera estadía.

La primera, la del joven funcionario diplomático, concluye en enero de 1934, cuando la notificación del fin de su gestión en Francia ha llegado a la sede de la embajada. Emprende, entonces, su primera vuelta a la patria.

III

Los días del poder

El trabajo que le espera a Uslar al regresar al país es el de presidente de la Corte Suprema de Justicia del estado Aragua, pero no permaneció mucho tiempo allí. Funda, en 1935, junto a sus amigos Alfredo Boulton, Julián Padrón y Pedro Sotillo, la revista El Ingenioso Hidalgo, publicación en la que comienza a dar a conocer sus relatos. Pero es en la revista Élite donde publica uno de sus mejores cuentos, uno de los memorables: “La lluvia”. Su amistad con los Gómez no conoce fisura, y el día de la muerte del general, el joven Uslar está en la casa donde ocurre el suceso.

Estaba allí cuando él murió, en el alto de la casa, como a un cuarto para las doce. Al minuto bajó Santos Matute y llamó al general López Contreras y le dijo: “Acaba de morir el Benemérito General Juan Vicente Gómez”. Trasladaron el cadáver para Maracay en la madrugada, en un furgón, por la carretera de Las Delicias.

Cuando yo estaba haciendo la investigación para escribir Oficio de difuntos, conversé mucho con José María Márquez, uno de los edecanes de Gómez, y cuando él comprendió que yo iba a utilizar honestamente su información, pues se franqueó mucho conmigo. De las conversaciones con él recuerdo una anécdota muy significativa. Me contó que el general Gómez salía dos veces al día en un automóvil, que se desplazaba lentamente, con un carro de edecanes por toda escolta, iba por las fincas de los alrededores y se paraba a hablar con los campesinos. En una finca vivían unas viejitas que, cuando se paraba el automóvil, ellas venían a conversar con él y él les regalaba doscientos bolívares. Un día no aparecieron las mujeres y él preguntó por ellas; le respondieron que las habían matado para robarlas. Ordenó que buscaran a los asesinos, hasta que horas después llamaron de La Victoria afirmando que allí tenían preso al hombre que había matado a las viejitas; llamaba el Jefe Civil y quería saber qué hacía con el preso. Gómez le mandó a decir: “no lo deje allá, ni me lo mande”.

Con el advenimiento sucesoral del general López Contreras, Uslar pasa a trabajar en el Ministerio de Hacienda como Jefe de la Sección de Economía y luego como Director de Política. Compartía sus labores con las de editorialistas del diario Ahora y las de presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela. Publica su segundo libro de relatos: Red (1936). Funda, entonces, la Revista de Hacienda. Estos años de interés por los asuntos de la economía le llevan a ser profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la UCV y luego promueve la creación de una escuela libre de ciencias económicas y sociales, que va a ser la semilla de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales.

Yo fui el que introdujo los estudios económicos en la universidad. No existía una cátedra de economía, entonces hablé con Castillo, que era el rector, y me reuní con José Joaquín González Gorrondona, Tito Gutiérrez Alfaro y José Manuel Hernández Ron, y entre todos fuimos preparando un cuerpo de textos que luego se publicó con el título de “Sumario de economía venezolana”.

Para entonces, ya el general López había advertido que este colaborador podía enfrentar destinos mayores. A comienzos de 1939 es nombrado director del Instituto de Inmigración y Colonización.

Cuando me nombraron director de este instituto me encontré con una cosa horrible, un disparate, estaban trayendo daneses para que trabajaran en haciendas venezolanas, entonces traté de organizar aquello. En una oportunidad convencí al general López Contreras de traer un grupo de casi 300 vascos, y me cayeron encima porque yo había traído una manada de comunistas, así editorializó “La Esfera”, al día siguiente de que los vascos habían colocado una ofrenda floral enfrente de la estatua ecuestre de Bolívar y cantaron una canción de su folclore.

Hacia mediados de año es nombrado ministro de Educación, tiene 33 años y acepta el reto que le ofrece el general tachirense.

Cuando a mí me nombraron ministro de Educación yo no me había casado todavía, vivía con mis padres. Un día me llamó López Contreras, pero antes había ido a casa Diógenes Escalante a verme y me dijo que me iban a ofrecer el ministerio y que lo aceptara. En efecto, en la tarde llamó el presidente y me trasladé hasta su casa, en La Quebradita, y me preguntó: “¿Escalante habló con usted?” Sí, le respondí, pero le digo lo mismo, yo no tengo apremio en ser ministro. Ya habían pasado varios ministros por allí y habían fracasado, a lo que el general me respondió: “Es cierto, pero no he sido yo quien ha quitado a esos ministros, a ellos se les cayeron los pantalones”. Acepté el cargo.

Un ministro entonces ganaba 5 mil bolívares y 1500 en gastos de representación. Lo primero que hice fue hacer un viaje por el país para pulsar la situación de la educación. En mi gestión al frente del ministerio conté con gente estupenda. Le debo mucho a la ayuda de Augusto Mijares, un hombre valiosísimo, que ha sido olvidado, lamentablemente. También estuvo un tiempo conmigo Mariano Picón Salas, que hizo una labor estupenda en el Pedagógico, trayendo a los profesores chilenos.

En una oportunidad, Vicente Fuentes, que era mi director de administración, me dijo que había un millón de bolívares en una partida, en suspenso. Entonces le dije, guarda eso allí, y le propuse al general López que fundáramos la Biblioteca Popular Venezolana. Allí se publicó a Humboldt, a Codazzi, a Baralt, la Antología del Cuento Venezolano y la de la Poesía Venezolana, todo se hacía con las uñas. Luego me tocó presidir  la comisión que redactó la Ley orgánica de Educación. Fueron años de mucho trabajo.

En 1941, como era ya tradición de la hegemonía andina, el Ministro de Guerra y Marina del presidente López Contreras, Isaías Medina Angarita, asume la presidencia de la República. Al igual que sus antecesores, es militar y tachirense. Entonces le ofrece la Secretaría de la Presidencia al joven Uslar, que ya se había fogueado en el Ministerio de Educación.

Yo tuve la suerte de trabajar con dos presidentes muy importantes, que fueron López Contreras y Medina, particularmente con Medina, con quien tuve una amistad personal muy grande toda la vida, hasta que murió. Medina era un hombre excelente, es lo que antes llamaban un patriota, muy venezolano, sentía mucho el país y lo sirvió.

El decía y lo repetía muchas veces: “Yo nací militar –y es verdad, porque él entró a la escuela militar muy joven, de 16 años, y toda la vida estuvo en las Fuerzas Armadas de Venezuela-  y me moriré militar, pero no seré nunca militarista”.

Y usted, ¿nunca pensó en ser militar?

No, no, en aquella época ser militar era un castigo. Cuando un joven era muy revoltoso y molesto, intranquilo, lo amenazaban con meterlo en un barco de guerra.

Esta circunstancia, obviamente, pesó mucho en el futuro político de Uslar. Era difícil que alguien ajeno a la estirpe tachirense y, además, civil llegara al poder. El mismo Uslar relata la línea de sucesión.

Gómez designó a López su sucesor el año 30 y todavía le duró 5 años. Era evidente que era el sucesor: tenía todo el mando militar.

Un hijo de Gómez aspiraba, también.

Decían que José Vicente, pero eso no tuvo ninguna base. Cierto día en que se presentó José Vicente, en su rutina diaria de vicepresidente de la República, y el general Gómez estaba resuelto a apartarlo, le dijo: «Vicente, antes de que salgamos vete a tu casa y quítate el uniforme y vuelve», y éste le obedeció y regresó para salir con su padre en blusa.

Tenía muy claros los símbolos del poder.

¿Cómo no?

López también escogió a Medina.

Sin duda, ya Medina había trabajado con él en el Ministerio de Guerra, durante el proceso de la muerte de Gómez.

Se venía creando una hegemonía tachirense.

Desde Castro.

El general Medina intentó deshacerla con el tachirense, pero civil, Escalante. ¿Era posible que Medina lo escogiera a usted?

Era muy difícil que me escogiera a mí: yo no soy tachirense, y la tradición de militares tachirenses se imponía, hubiera sido un atrevimiento, una osadía contra los instrumentos del poder. Un día me dijo: “Vamos a hablar, Arturo, vamos a hablar de la sucesión de la presidencia. Tú deberías ser el presidente de Venezuela, tienes todas las condiciones para serlo, pero, desgraciadamente, en las circunstancias actuales yo soy el heredero de Cipriano Castro, a pesar de que mi padre murió peleando contra él, y no sería posible que yo rompiera esa tradición. Vamos a ver en quién pensamos”. Entonces, de esa conversación surgió la candidatura de Escalante.

¿Usted se la sugirió?

No, yo no se la sugerí, pero él la asomó y entonces lo llamamos a Washington y vino y pasó una de las cosas más trágicas que yo he presenciado en mi vida: ese proceso de pérdida de la personalidad de Escalante.

La historia comenzó con la pérdida de unos pañuelos en su habitación del Hotel Ávila.

Sí, desde que llegó comenzó a dar síntomas de no estar bien, que se le atribuía a cansancio, pero ya vemos que era algo mucho más grave. Desde luego, inmediatamente se comenzó a decir que yo estaba detrás de eso, que yo estaba manejando los hilos para inutilizarlo a él y ser yo presidente, eso es Venezuela.

Paralelamente, viene corriendo el proceso de distanciamiento entre López y Medina, ya que el primero aspiraba de nuevo al poder.

Así es. Incluso un día fue a verme a Miraflores Manuel Egaña, hombre que yo apreciaba mucho, y él se ofreció para arreglar una entrevista con López, cosa a la que yo me dispuse inmediatamente. Entonces hablé con Medina y él me autorizó. Antes me dijo: “No vas a lograr nada, ya he intentado hablar con él del tema y está intransitable”. El general Medina pensaba, y con razón, que iban a quedar muy mal él y López en la historia, iban a quedar como dos compadres que se pusieron de acuerdo para pasarse el poder.

Sin embargo, ¿el general López quería volver a toda costa?

Bueno, también lo empujaban los amigos.

¿La entrevista se dio?

Sí, claro. Yo le dije al general López que se decía que uno de los inconvenientes para que llegaran a un acuerdo él y Medina era yo, y le dije que si eso era así, pues yo me retiraba, me iba de Venezuela en un cargo diplomático y así quitábamos el estorbo. Me dijo, entonces: “No, Arturo, de ninguna manera, eso lo dice la gente, pero no lo digo yo”. Y luego me manifestó su confianza.

¿Si no hubiese habido ese problema entre López y Medina, el 18 de octubre no hubiera ocurrido?

Posiblemente. Los golpistas aprovecharon esa ruptura dentro del régimen.

¿Durante la presidencia de Medina el general López no tuvo influencia?

Hubo un momento patético a raíz del 1 de mayo. El general López nunca había querido declarar ese día como el Día del Trabajador, porque era una fecha revolucionaria, él quería que se celebrara el 24 de julio que, en verdad, no tiene nada que ver. Medina resolvió que lo lógico era que se celebrara el 1 de mayo y a partir de allí se hicieron muy difíciles las relaciones. Yo traté de mediar en todo lo que pude, pero no había manera, el juego se trancó.

El general López era muy anticomunista.

Mucho.

Y el general Medina era más bien…

Era un hombre ecléctico y muy abierto, comunista no era, claro.

¿Medina y usted llegaron a conversar a fondo la posibilidad de hacer unas elecciones?

Sí, cómo no. En esa época se hablaron de muchas posibilidades, pero el problema era complejo. Medina siempre me decía lo que le dije antes: “Arturo, mi padre peleó con un fusil contra Castro, y ahora yo soy su sucesor”.

Medina era un hombre excelente, un caso excepcional, un hombre de una gran limpieza de propósitos, no tenía odios. Yo recuerdo cuando estábamos desterrados, en Miami, una noche en una fiestica yo estaba hablando con el general Medina y se acercó Irma, su mujer, y se me quedó mirando y me dijo: “¿Usted sabe quién lo quiere a usted?”. «No, Irma, ¿quién?», le repregunté, y ella me dijo: “Pues, ese señor con el que usted está hablando”. Además me dijo: “Yo le quiero pedir disculpas públicamente porque yo hice todo, todo para malponerlo con usted, y hay que ver lo que una mujer puede, y no logré nada, de modo que ese hombre lo quiere mucho a usted”. Inmediatamente le respondí que yo le pagaba con la misma moneda y hasta el momento de su muerte mantuve la misma relación con Medina: un hombre lleno de generosidad, de bondad, de rectitud.

Medina ha sido el presidente más querido por el pueblo venezolano. Mire, una de las cosas más conmovedoras que yo he presenciado en mi vida fue el entierro del general Medina. Él había ordenado que sus restos no los llevaran a ningún edificio público, que los llevaran directamente al cementerio. A las 10 de la mañana llegó un destacamento de tropa a rendirle los honores militares, allí en su casa del Country Club. Mientras tanto, fue congregándose gente en los alrededores de la casa y, cuando fuimos a colocar el féretro en la carroza fúnebre, la gente se opuso y se lo llevaron en hombros y a pie hasta el cementerio, cantando el himno nacional.

A mí me pidieron que escribiera una frasecita para ponerla en su tumba, que creo que está todavía allí, y dice: “Sirvió a su patria con su vida y después de muerto la sigue sirviendo con su ejemplo”.

¿El golpe del 18 de octubre los tomó por sorpresa, no tenían noticias de lo que estaba tramándose, usted era ministro de Relaciones Interiores?

No, no sabíamos de la conspiración. Tal vez fue mejor así. Si hubiésemos tenido noticia, pues Medina hubiera tenido que tomar medidas represivas y hubiera quedado de otra forma en la historia. Pero, claro, ese golpe le costó muy caro al país.

¿Qué pasa con usted inmediatamente después del golpe?

Me ponen preso en la Escuela Militar. A los días me manda a llamar Valmore Rodríguez, que era ministro del Interior, y me dice: “Yo lamento mucho todo esto, Arturo, usted sabe que  yo lo aprecio mucho, pero para hacer una tortilla hay que romper los huevos”. Le contesté: «Bueno, con tal de que la tortilla salga bien». Entonces me dijo que ellos querían sacarme de Venezuela y yo le contesté que no me quería ir, que yo quería ir a los tribunales a defenderme. Me dijo que esas acusaciones eran cosa de la política , que esas acusaciones no se las creía nadie, pero yo le riposté que tenía que defenderme.

¿Los aventaron, entonces?

Sí, un poco después salimos el general López, Medina, Diego Nucete, otros y yo. En el momento en que íbamos a abordar el avión un empleado del Ministerio de Interior le daba un sobre a todo el que iba entrando. Yo pregunté: «¿esto qué es?» Y me respondió: “Son mil dólares para sus gastos”. «Yo no estoy pidiendo limosna», le dije.

Y esta casa se la confiscaron, ¿no?

Sí, incluso en un momento dado se la dieron a un instructor militar chileno, que aquí en este cuarto puso una lavandería.

¿Qué hizo con los libros?

Afortunadamente Francisco Narváez, que siempre fue muy amigo mío, se los llevó para su casa y ahí se salvaron.

Con aquel vuelo, en noviembre de 1945, hacia el exilio, culminan los años del joven poderoso. Además de secretario de la Presidencia, el general Medina dispone sus servicios, temporalmente, en el Ministerio de Hacienda y en Relaciones Interiores. Son los años en los que se alienta, desde el poder, la creación del Partido Democrático Venezolano (PDV).

Uslar entonces lo ignora, pero los años de exilio en Nueva York que va a vivir serán definitivos para su obra de escritor. El destino lo arranca de las esferas del poder político y lo acerca a los libros, a la universidad, a los espacios donde va a realizarse su vida intelectual.

IV

El exilio: martirio y bendición.

Si en 1929 la experiencia parisina fue voluntaria, en 1945 la neoyorquina no, pero nuestro autor confiesa haber tenido mucha suerte. Son los años en que comparte la docencia con la investigación literaria y la escritura. Trabaja en un libro de ensayos, Las nubes (1946), y en su segunda novela, El camino de El Dorado (1947). Avanza en su pasión venezolanista y publica Letras y hombres de Venezuela (1948). En 1949 da a conocer su libro de cuentos Treinta hombres y sus sombras y el de ensayos De una a otra Venezuela. Si revisamos su bibliografía, hallaremos un hiato en sus siete años de poder gubernamental, así como caeremos en cuenta del cambio que significó el exilio en Nueva York.

En realidad yo tuve mucha suerte porque cuando llegué como desterrado a los Estados Unidos, en Columbia University estaba un hombre muy valioso, un español, Don Federico de Onís, que había sido una figura muy destacada de la universidad española y en esa época él era jefe del Departamento de Español de Columbia. Yo llegué sin recursos, a ver qué hacía, incluso en un momento dado pensé en irme a la Argentina, pero en cuanto Onís supo que yo estaba allí me llamó y me ofreció trabajo en la universidad, de modo que me quedé en Nueva York. Comencé dando cursos de verano sobre literatura venezolana y después entré al departamento. Allí estaba Germán Arciniegas, con quien trabé una amistad para toda la vida. Una vez establecido allá, pues llegaron Isabel y mis hijos, vivíamos en Riverside, y me iba a pie a la universidad. Compartía cubículo con, nada menos, que Don Tomás Navarro, uno de los más grandes filólogos que ha tenido España, y eso fue muy bueno para mí, pues establecí amistad con aquel hombre respetable, muy culto.

¿Durante esos años que vivió fuera jamás pensó en quedarse definitivamente allá, siempre tenía en mente regresar a Venezuela?

Siempre. Expatriarme nunca lo pensé, nunca, yo recuerdo que en una oportunidad en que me vi con José Rafael Pocaterra, que vivía en Canadá, en labores periodísticas y de enseñanza, me dijo: “Pero, chico, tú no has pensado en quedarte en los Estados Unidos, ése es un país donde tus hijos van a crecer mejor, es un país organizado y poderoso”. «No, José Rafael», le respondí, «yo sueño con regresar a Venezuela».

En 1950 concluye uno de sus mejores ensayos, un modelo de ensayo antropológico: La ciudad de nadie, exploración a fondo en el alma neoyorquina, ciudad que le brindó acogida, pero que no por ello venció sus resortes críticos. La vigencia de este ensayo manhattiano es asombrosa, en el último párrafo se lee: “¿A dónde vamos? Al fondo del vagón está sentado el hombre que saca crucigramas en la revista. Cerca de mí, tendido en el asiento, ronca dormido el borracho. Al otro extremo, una mujer vestida de oscuro aprieta a su costado a una niña flaca de anteojos. Lo demás está vacío. O está lleno de algo que no vemos”.

Un año antes ha vuelto de visita a Caracas; el nuevo régimen no se lo impide, pero el regreso definitivo será en julio de 1950.Ya han pasado los años duros iniciales del exilio, Uslar ha sido sometido a una de las pruebas más duras: ha tenido el poder y lo ha perdido, trance doloroso del que sale fortalecido, se ha entregado a la docencia, la investigación y a esa otra batalla, todavía más ardua que la de la vida política, la del escritor, la del que vence las resistencias y construye su trama de palabras.

V

Vuelta a la patria

Apenas llega al país, su amigo de infancia, Carlos Eduardo Frías, lo invita a formar parte de ARS, la empresa publicitaria que éste había fundado hacía algunos años. Se inicia el período, de más de una década, en el que el trabajo en la publicidad le permite ir haciendo algunos ahorros para el futuro.

Cuando me dejaron regresar, inmediatamente me vine a visitar a mis padres, a quienes tenía casi cinco años sin ver. Pasé un mes en Caracas, en esos días fue a verme Miguel Moreno, viejo amigo de la universidad y secretario de la Presidencia de entonces. Me dijo que la Junta Militar veía con buenos ojos que yo regresara, y me preguntó si quería una embajada. Le dije «no, chico, estoy tratando de regresar a Venezuela y rehacer mi vida, cómo voy a aceptar una embajada e irme otra vez, sería absurdo». Se los agradezco mucho, pero ésta es la situación. Entonces Carlos Eduardo Frías me invitó a trabajar con él en su publicidad y allí permanecí varios años.

¿Quién sabe cuántas campañas publicitarias fueron obra suya?

Sí, claro. Además en ARS había un clima, un ambiente muy bueno. Más que una oficina de trabajo era una reunión de intelectuales, de gente refinada, de venezolanos preocupados.

Sus labores en la publicidad son acompañadas con la vuelta a la Universidad Central de Venezuela, donde funda la Cátedra de Literatura Venezolana, también, su viejo compañero de aulas en el Liceo San José de Los Teques, Miguel Otero Silva, le ofrece la dirección de El Papel Literario de El Nacional, jefatura que ejerce hasta 1953. De este año, también, es el comienzo de su labor pedagógica en la televisión en la que, como sabemos, se empeñó durante casi treinta años.

Yo me di cuenta de que la televisión era un instrumento formidable, pero que había que saberlo utilizar y aquí la mayoría de la gente que trató, entonces, entre ellos Caldera, creían que estaban dando una conferencia y eso es fatal. Yo me di cuenta de que había que tener una conversación y entonces empecé a hacer ese programa, Valores Humanos, que era un programa muy suelto, sin ningún atuendo magistral, en tono de conversación, y tuve mucho éxito, tuvo mucha influencia y  a mí me sirvió mucho.

¿Con cuál canal de televisión comenzó?

El primero fue Radio Caracas, pero después pasó a otro y a otro, hasta que pasó por todos. El programa era muy visto y muy útil, y me daba mucho trabajo prepararlo. Esto lo combinaba con todas las otras tareas que adelantaba. La mayoría de los intelectuales venezolanos han sido muy desordenados, muy indisciplinados, yo he tenido, en cambio, una gran ventaja: he sido muy disciplinado. He sido un amo muy duro conmigo mismo, me he exigido mucho, nunca he sido complaciente.

Pero usted está satisfecho con lo que ha hecho, ¿no?

Satisfecho hasta cierto punto, uno siempre está pensando en lo que pudo hacer y no hizo.

Su vocación literaria encuentra ahora un nuevo género a explorar: el teatro. En 1957 se estrenan dos de sus obras: El día de Antero Albán y El Dios invisible. La situación política nacional va en camino de una nueva precipitación: la caída de Pérez Jiménez. Es hecho preso el 12 de enero de 1958 por firmar el manifiesto de los intelectuales en contra de la dictadura.

Estábamos presos en la Cárcel Modelo y ese día se sintió mucho movimiento de soldados. Como estábamos cerca de la enfermería de la cárcel, le pedimos a un enfermo que tenía un radiecito que lo pusiera, y entonces nos enteramos de lo que estaba pasando, y supimos que Pérez Jiménez se había ido en un avión. Toqué la puerta y se presentó un oficial y le dije «mire, el Gobierno está caído, el presidente acaba de huir, usted comprende que un grupo de hombres como nosotros encerrados aquí podemos ser útiles en otra cosa, présteme un jeep para irme a Miraflores». Me respondió que él no podía hacer eso, que iba a consultar. En efecto, volvió con su superior, a quien le expliqué lo mismo, hasta que éste me dijo «muy bien, Doctor, pero salga usted solo».

Nos dieron un jeep y aquello era un espectáculo inolvidable, era un carnaval; serían las 3 de la mañana y toda la gente estaba en la calle, celebrando con banderas, con sábanas, y así llegamos a Miraflores. Y como íbamos en un jeep militar, nos dejaron pasar, de otro modo no hubiésemos podido. Había mucha gente en el patio, sobre todo militares, en la sala, en el comedor, ahí estaba formándose la junta de gobierno con Larrazábal con Sanabria. Larrazábal me saludó muy afectuosamente. Me preguntaron si yo quería hablar por radio y dije que sí, de modo que mi pobre mujer, que no sabía nada de mí, vino a enterarse de dónde estaba porque me oyó hablando. Pero, antes de hablar por radio, les pregunté: «Bueno, ¿qué van a hacer ustedes?, si van establecer una dictadura no cuenten conmigo». Larrazábal me respondió: «No, doctor, no somos hombres de esa clase».

Luego estaba allí Alirio Ugarte Pelayo que se me acercó y me dijo que si podía redactar el Acta de Instalación del Gobierno, y nos encerramos él y yo a redactar, pero antes saqué del cuarto de edecanes en donde estábamos un retrato de Pérez Jiménez y lo llevé al patio de Miraflores y tiré el retrato contra el piso y se volvió pedacitos.

Teníamos como modelo el Acta del golpe anterior que decía: “Las Fuerzas Armadas, ante la situación tal, asumen… Entonces les dije que no, que eso así no sirve, y redacté así: “Las Fuerzas Armadas Nacionales, ante el reclamo de la opinión pública y el clamor de la ciudadanía , han resuelto hacer esto y esto…» y así quedó.

La verdad es que tuvimos suerte de que allí estuviera Larrazábal.

Pues, claro. Sin él aquello ha podido ser una cosa muy distinta, pero el Contralmirante era otra clase de hombre, era un hombre bueno.

VI

El llamado de la vida pública, otra vez

Con la instauración del régimen democrático en el país, Uslar vuelve a la vida política. La televisión lo ha convertido en una figura pública y, en 1963, acepta la candidatura presidencial: la campana suena como su símbolo de batalla. Antes, la escritura dramatúrgica sigue su curso, en 1960 se estrena Chúo Gil y las tejedoras, pero también insiste con el ensayo y la crónica de viaje. El artículo semanal en El Nacional prácticamente forma parte de su naturaleza: desde 1948 lo ejerce sin caídas.

La aventura electoral le trae el sabor de una extraña derrota: vence abrumadoramente en el centro del país y pierde en el interior, gana su viejo compañero de aulas universitarias, Raúl Leoni. Pero Uslar inmediatamente se enfrasca en otra aventura política: la creación de un partido político que capitalice el caudal electoral logrado, el FND (Frente Nacional Democrático). Esta agrupación integra un Gobierno de amplia base con Acción Democrática y URD (Unión Republicana Democrática), pero a los dos años se retiran del pacto. Ya Uslar se ha destacado en el Congreso Nacional como Senador y hombre de consenso, entonces se le llama “el hombre congreso” por su condición de fiel de la balanza en la correlación de fuerzas, pero ya avanzado el período constitucional, la experiencia de la conducción de un partido político toca su fin.

La campaña electoral que realicé fue una enseñanza muy grande para mí. Recorrí Venezuela entera más de dos veces, en algunos lugares estuve muchas más veces, y aprendí mucho sobre Venezuela, sobre el carácter del venezolano.

Gané en Caracas y en muchas partes, pero me robaron… no tenía suficientes testigos y se hicieron cosas atroces. En esa época se votaba con unas tarjeticas y el pobre infeliz que iba a votar llegaba a la mesa, decía su nombre y le entregaban un juego de tarjeticas donde no estaba la mía. Entonces este hombre regresaba a la mesa y decía: “La tarjeta de Uslar no está”, se paraba un testigo de mesa y decía: “Voto nulo”. Esto pasó muchísimas veces.

Entonces se decía un chiste cruel: “Uslar ganó el lectorado y perdió el electorado”. Me hicieron todo tipo de trampas, me quitaron miles de votos.

En 1967 renuncia a la dirección del FND, convencido de que su vocación no es de político profesional. Dos años después acepta un reto periodístico: la dirección de El Nacional.

Yo estuve muy vinculado a El Nacional desde que nació, por mi amistad con Miguel Otero. Recuerdo que cuando iban a fundar el periódico yo era Secretario de la Presidencia y Miguel me fue a ver para hablarme del periódico y me dijo: “Arturo, el director natural de este periódico eres tú, pero como no vas a renunciar a la Secretaría de la Presidencia no te la ofrezco”.

Pero después le tocó.

Estuve en la dirección cuatro años y medio, hasta que no quise seguir, renuncié, y me costó mucho trabajo hacerlo porque no querían que me fuera.

Le consumía mucho tiempo dirigir el periódico, supongo.

Sí, tiempo consume, pero en realidad era una cuestión de organización, de establecer unos mecanismos. Lo primero que hice fue establecer el sábado como el día en que me reunía con los redactores a criticar el periódico de la semana, discutíamos mucho y era muy útil. Yo siempre les decía a los redactores: escriban la mitad y les creerán el doble. Aquí siempre ha habido una confusión entre la literatura y el periodismo, esas son cosas enteramente distintas.

Entre las anécdotas que recuerdo está una que tenía que ver con Lorenzo Fernández. Él estaba en campaña y, se decía, padecía una enfermedad. Un buen día me llama muy temprano en la mañana diciéndome: “Doctor Uslar, por el amor de Dios, perdone que lo moleste, pero no hay derecho”. Ese día el periódico publicaba una foto de Fernández saliendo de una clínica. Le contesté que no sabía cómo había pasado eso, que tenía razón, que me iba a informar sobre el asunto. Averigüé y pasó una de esas cosas increíbles: la foto la habían mandado de Copei.

Hasta 1974 estuvo Uslar al frente del periódico, pero estas labores no lo apartaban de su vocación literaria y de su pedagogía televisiva. Comienza a ser distinguido con premios internacionales y doctorados honoris causa. Publica un poemario: Manoa (1972) y prosigue su tarea de ensayista obsesionado con la naturaleza de lo americano. En 1975, el entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, le ofrece la Embajada de Venezuela ante la UNESCO y acepta. Vuelve a la ciudad que le abrió las puertas en su juventud.

El trabajo en la embajada ante la UNESCO fue muy grato. Ese es un organismo dedicado a la ciencia, la cultura, la educación, con un panorama universal. Allí estuve cuatro años y medio y, cuando llegué, estaba al frente un hombre muy fino, muy culto, era musulmán, se llamaba Amadou M’Bow, y se portó muy bien conmigo.

Logré que se creara el Premio Simón Bolívar y tuve mucho cuidado de que el fondo del premio fuera permanente, esa distinción tuvo mucha importancia en 1983, cuando el Bicentenario del nacimiento del Libertador.

En ese período fui vicepresidente del Consejo Ejecutivo de la UNESCO, y Venezuela no había tenido un cargo de esa magnitud en la organización desde los tiempos en que Parra Pérez lo tuvo. Además, fui presidente de la sección de Derechos Humanos. Unos años muy buenos para mí, muy útiles.

En 1979, regresa a Venezuela, dando por concluida su tercera y última etapa fuera del país. Vuelve a su programa de televisión y prepara la edición de su novela La isla de Robinson. En 1985, acepta la presidencia de la Comisión Presidencial para el Estudio del Proyecto Educativo Nacional. Una de sus obsesiones centrales encuentra posibilidades de articularse, aunque la terca realidad condujo los esfuerzos por cauces perdidos.

Yo creo que la educación venezolana está totalmente equivocada, aquí hay que regresar a Simón Rodríguez, a educar para algo, a educar para vivir en un país llamado Venezuela. Los estudiantes pasan aquí por distintas etapas sin enterarse de lo que es Venezuela, reciben unas ideas convencionales, unos prejuicios negativos.

Por otra parte, el 90% de los estudiantes que llegan a la Universidad Central de Venezuela vienen de escuelas en las que se paga, y allí no paga un centavo nadie, eso es absurdo, es una educación muy costosa y por ello debería ser exigente, pero como no cuesta, nada no se exige demasiado. Nuestra educación es muy mala, es memorística e inadecuada.

¿Sigue creyendo que es preferible una élite bien educada que una mayoría con pésima educación?

Evidentemente. Toda mi vida he pensado eso porque es la verdad histórica, todo el progreso humano lo han hecho las minorías. Lo contrario es una idea de la Revolución Francesa y de los soñadores del siglo XVIII. Fueron minorías excelsas las que hicieron el renacimiento, un puñado de hombres, dos docenas de hombres, esa es la verdad. Las minorías son las que han hecho que el hombre avance, aquellos que se han preguntado cosas que no se debían preguntar, la gente que se ha atrevido a adversar opiniones generalizadas.

En 1986, cumple 80 años y el país unánimemente lo celebra. Tanto el Congreso Nacional como la presidencia de la República festejan su cumpleaños. Es propicia la oportunidad para revisar el significado de su obra: así ocurre en las principales publicaciones periódicas del país y de España. El Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, en 1988, organiza su Semana de Autor dedicada a su obra.

El peso de la figura intelectual de Uslar sigue en ascenso, va erigiéndose en una suerte de Tótem de la tribu, de conciencia nacional. El Rey de España, en 1989, lo nombra Coordinador general de un proyecto de investigación titulado Iberoamérica, una comunidad, cuyo resultado será publicado con motivo del Quinto Centenario. Al año siguiente le es conferido el premio “Príncipe de Asturias de las Letras” y el mismo año publica su última novela, La visita en el tiempo, con la que se convierte en el único venezolano, hasta el día de hoy, en ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1991.

A finales de 1991, pronostica el golpe de estado de febrero de 1992, y se entrega a la tarea de promover la destitución del presidente Carlos Andrés Pérez, cosa que logra, junto a sus aliados, en mayo de 1993, después de una larga batalla jurídica y de opinión pública, encabezando un grupo que se denominó “Los Notables”. Desde entonces, y hasta la fecha, sus apariciones públicas han disminuido notoriamente.

En 1996, los estudiosos de su obra vuelven a hacer un balance de su vida y su labor, con motivo de sus noventa años, y el Fondo de Cultura Económica de México edita un volumen antológico de su obra. Siempre, en el examen que se haga de su trabajo, Venezuela es centro y fundamento.

VII

La pasión venezolanista

Sin duda, el tema sobre el que Uslar habla con mayor fruición es el de Venezuela. A sus 94 años sigue siendo la obsesión principal de su vida intelectual, el objeto de su permanente angustia, de allí que en la comprensión de la venezolanidad, en su estudio, halle agua para su sed de respuestas sobre el país y la naturaleza del venezolano. Más aún, en pocas personas como en Uslar se ha dado una consustanciación entre la vida del país y la propia de tal magnitud. Por momentos, incluso, pareciera que su vida privada estuviera supeditada a los avatares venezolanos. Desde muy joven comenzó a tejerse esta simbiosis entre el país y su vida, al punto en que la situación de aquel determina el ánimo de este, de manera asombrosa.

Habría que hacer un estudio sobre cómo han visto los venezolanos a Venezuela. Esto fue en la colonia un país muy pobre, un país que no producía prácticamente nada, y después de la independencia continuó siendo un país muy pobre, un país de aventureros, un país de buscadores de El Dorado, de minas.

Esto no tuvo nombre sino muy tarde. Esto fue Tierra Firme hasta que apareció tardíamente el nombre de Venezuela, ese nombre tan curioso, un nombre despectivo, completamente, es el nombre de la pequeña Venecia, la ridícula Venecia. Esto durante gran parte de la colonia fue Tierra Firme, la primera tierra firme con que tropezaron.

Los indígenas la llamaban Paria y Maracapana.

En la costa, recuerde que no había nombre genérico, ya que no había unidad interna, aquí no hubo un orden indígena, esto no tenía nombre ni centro, estaba poblado por tribus diferentes, con grados diferentes de desarrollo, tribus guerreras, como los Caribes, o tribus agricultoras, elementales. Esto no era México, ni el Perú, ni siquiera lo que fue Bogotá.

Se parecía a la situación de la Argentina.

Sí, tiene algún parecido, aunque la Argentina tuvo la vinculación con el Perú, y eso significó mucho, y con el Atlántico. Pero a la Argentina no fueron a buscar El Dorado nunca, fueron a buscar el camino para entrar al Perú. En cambio, en Venezuela, desde el principio, se estuvo buscando tesoros, buscando riqueza, buscando El Dorado. Curiosamente, se buscaban minas en un país que no era minero. Se buscó oro y no se encontró en grandes cantidades, no hubo una riqueza aurífera que se explotara durante la colonia, no hubo vetas.

Además, nosotros hablamos de Venezuela con mucha facilidad, Venezuela no era sino una parte mínima del territorio, la parte occidental del cabo Codera, por eso hubo dos colonizaciones distintas y dos regímenes coloniales distintos. La primera vez que aquí hubo una administración que cubría el país entero fue 60 o 70 años antes de la independencia, ese no es el caso de ningún país latinoamericano. Insisto, esto no era México ni el Perú. Cuando los españoles llegaron aquí no había una ciudad en ninguna parte, no había una estructura en ninguna parte, no había ni siquiera un nombre en conjunto. El país no existía como país. Yo siempre he dicho que si al padre del Gran Mariscal de Ayacucho le hubieran preguntado si era venezolano, hubiera dicho que no, que él era oriental, que él era de Cumaná, de la provincia de Cumaná.

De esos colonizadores españoles siempre se ha dicho que no eran las personas más calificadas si se las compara con los puritanos que poblaron Nueva Inglaterra. Desde siempre ha habido esta leyenda negra.

Sí, pero eso es otra cosa distinta. Los españoles que vinieron a Venezuela eran aventureros que venían buscando riqueza, y los hombres que poblaron Nueva Inglaterra eran hombres que emigraban de Europa con ideales religiosos, con concepciones políticas, venían a construir una sociedad justa, son dos procesos completamente distintos.

Pero que pueden explicar en gran parte los distintos desarrollos que hemos tenido.

En gran parte lo pueden explicar, pero es eso, son dos mentalidades distintas. La colonización normal de Venezuela ha debido hacerse por el Orinoco, no se hizo así, tampoco se hizo central, se hicieron dos: una por oriente y otra por occidente, ajenas la una a la otra.

La imagen que los venezolanos hemos tenido de Venezuela es muy curiosa, es la de un país conquistado, no es la imagen de un país que se hace.

¿En qué sentido conquistado?

Bueno, que no había cultura anterior, no había centro indígena. Aquí se buscó el Dorado y no se encontró nada, afortunadamente, si se hubieran encontrado las minas que se encontraron después quién sabe lo que hubiera pasado.

El Dorado se encontró siglos después con el petróleo.

Ah, bueno, claro, pero bajo otra forma distinta, y ha traído como consecuencia que este país no se desarrollara, no se formara; se hizo un país subsidiado, un país rentista, esa cosa horrible que es ser un país rentista. Venezuela es un país que no vive de su trabajo, vive de la renta petrolera, que la maneja el Estado, que le cayó al Estado como un don del cielo, y los venezolanos no hemos sido capaces de hacer eso que yo dije hace 60 años, y que me he cansado de repetir sin que nadie me haga caso, hay que sembrar el petróleo.

¿Y la nacionalización tampoco trajo beneficios?

Tampoco se le puede cargar la mano a la nacionalización y decir que trajo solamente cosas malas. En cierto modo era inevitable, dada la mentalidad que había y la clase de gente que estaba gobernando.

Pasemos a otros punto, doctor Uslar, de las figuras de la independencia: ¿cuáles son las que más le interesan?

De allí salieron hombres muy importantes y muy influyentes, hombres como Roscio, como Simón Rodríguez, que fue un personaje muy revelador, que explica muchas cosas. Tenía un pensamiento utópico, era un hombre de su tiempo, con grandes influencias de fuera. Por cierto, yo hice buscar la partida de nacimiento de Rodríguez. Es muy curioso, en la partida de nacimiento aparece como hijo de una mujer, no aparece como hijo de ningún hombre, y el nombre de la madre está tachado en el Registro.

¿Y Miranda?

Es que Miranda no es una figura venezolana, Miranda es una figura latinoamericana, una figura del proceso grande y transformador que unió a todo el continente. Yo creo que él nunca se sintió venezolano, él se sentía americano. Por otra parte, yo creo que la historia nuestra ha estado muy mal escrita, con prejuicios antiespañoles o proespañoles y, después, cuando se hizo una tentativa de rescate y revaloración de nuestra historia, se cayó en justificar tesis sociológicas, las tesis positivistas de Arcaya, Vallenilla Lanz y Gil Fortoul. Antes, nuestra historia era la de  “Venezuela heroica”, una historia de héroes, una “Ilíada” en lugar de una verdadera historia.

Fíjese en todas las diferencias que hay entre Colombia y Venezuela, en cuanto al carácter nacional, la estructura económica del país, la historia del país, ya dijimos que este fue un país que se estructuró tardíamente. Por otra parte, a mí siempre me ha llamado la atención la relación tan rica que tuvo Venezuela con las islas de las Antillas, que es un caso único, porque los demás países no tuvieron eso, y nosotros sí; estábamos frente a un collar de islas protestantes, revolucionarias, a 4 o 6 horas de navegación en vela, estábamos en islas herejes que nos trajeron un contacto valiosísimo, privilegiado con otras formas de pensamiento. Este hecho, realmente, hace que nuestra historia sea distinta a la de los demás países latinoamericanos y este hecho, francamente, no lo vemos con la importancia que merece.

¿Usted cree que puede hablarse de virtudes colectivas en el venezolano?

Creo que tenemos muy pocas virtudes en el sentido tradicional de la palabra. Claro, no es que somos una manada de ineptos o de imbéciles, de mala gente, pero virtudes colectivas nunca las hemos desarrollado. Hemos sido muy dispersos, muy individualistas, muy gente de alzamientos, compare usted la historia de Venezuela con la de nuestros vecinos. Realmente era muy difícil que aquí no se cometieran muchos disparates. La situación en el siglo XX venezolano ha sido extraordinariamente inusual y corruptora, la situación de un país pobre, muy atrasado y muy ignorante que de pronto tiene un Estado inmensamente rico, y que esa riqueza no se debe al trabajo nacional. El Gobierno se convirtió en el principal agente de enriquecimiento y no hubo clase dirigente, esa es la verdad. En otros países sí la hubo y muy poderosa y muy eficiente, en Colombia, para no ir tan lejos, en el Perú, para no hablar de la Argentina. Venezuela desde la independencia no ha tenido clase dirigente, hemos tenido gente que oye cosas por aquí y por allá y ha tratado de hacer lo que puede, somos gente muy inmadura, muy superficial. A este país le cayó encima una montaña de recursos y no fue capaz de emplearlos medio sensatamente.

Hay que recordar siempre que esto tuvo un centro muy tardíamente, recuerde que la estructura actual de Venezuela y Caracas como centro se consolida con la generación que hace la independencia.

Sin embargo, la Caracas que describe Humboldt está lejos de ser paupérrima.

Sí, pero recuerde que él describe la vida de las clases altas y el desarrollo agrícola que se logra en ese medio, pero aquello reposaba sobre la esclavitud, sobre una estructura no muy sana y sobre el cultivo de las perlas. La relativa prosperidad que tuvo Venezuela durante la colonia se debió a las perlas, mientras buscaban el oro que no encontraron nunca. Aunque también hay que estudiar el caso de la Guipuzcoana que fue positivo, fue lo que tendió un vínculo con la parte más adelantada de España, el país vasco, la parte que tenía mayores posibilidades de desarrollo.

¿Siempre hemos sido un país descuadernado, desbaratado?

Este ha sido un país muy peculiar, muy contradictorio, muy impredecible, muy sin esqueleto. El día que se escriba la historia de los venezolanos con la riqueza petrolera eso va a ser espantoso. Ese es uno de los hechos históricos más significativos y más inexplicables que ha tenido ningún país latinoamericano,  a ninguno le llovió de repente una riqueza gigantesca, que equivale a seis o siete planes Marshall. Este es un país sin cabeza, sin clase dirigente, inmaduro.

¿En estado de adolescencia permanente?

Yo no me atrevería a decir que en estado de adolescencia porque la adolescencia es un proceso de maduración y yo no veo aquí síntomas por ningún lado de eso, todo lo contrario, más bien pareciera que estamos condenados a vivir en ese limbo, en la falsificación de la historia y de los hechos, es curioso. Sin embargo, este es un país que ha hecho cosas importantes y que ha dado hombres importantes, este es el país de Bolívar y de Bello, pero de eso no queda nada.

Siempre hemos tenido una tendencia a sustituir la realidad, a ver las cosas de otra manera. Yo creo que aquí no se ha hecho la necesaria indagación sobre la imagen de Venezuela, que siempre ha sido una imagen falsa y una imagen de riqueza sedienta y de búsqueda de lo mágico. Desde la búsqueda de El Dorado aquí no se trabaja, aquí no se ha colonizado el territorio, se ha ocupado el territorio.

VIII

Los hombres de su tiempo

A lo largo de nuestros diálogos el doctor Uslar ha emitido juicios sustanciales sobre sus compañeros de viaje, bien sea que se trate de sus amigos o de los hombres de su tiempo vital, que no necesariamente ocupan un lugar en la casa de los afectos. He preferido separar las aguas y ofrecer el juicio en capítulos distintos. El lector comprenderá por qué. Algunas veces lapidario, otras más dado al matiz, lo cierto es que estas opiniones no ofrecen desperdicio, y se fundamentan en valoraciones más racionales que emocionales, aunque no puede pedírsele a nadie que la emoción se mantenga alejada totalmente del juicio.

Rómulo Betancourt en aquella ciudad pequeña era un tipo conocido, era periodista. Muy enamoradizo, con poco éxito y, por supuesto, muy ambicioso, lleno de ambición, muy autoritario.

Luego la vida lo cambio un poco, ¿no?

Debió cambiarlo un poco, me imagino yo. Recuerdo que en su segundo período, ya presidente electo constitucionalmente, tuve que hablar con él, él siempre me trató muy bien. En aquella oportunidad me dijo: “Estos izquierdistas venezolanos son unos pendejos, nunca han entendido qué es lo que hay que hacer. Lo primero que hacen es levantar una bandera antiamericana, esa es una estupidez, la revolución hay que hacerla, pero hay que hacerla con los Estados Unidos”. Era un hombre con un potpourri atravesado, no tenía ningún estudio serio, un hombre de mucha ambición y de mucha audacia.

Pero algunas veces le sonó la flauta.

Sí, claro. Tenía mucho instinto; por ejemplo, después del golpe del 45, salió a buscar a un mascarón y Gallegos se prestó. Betancourt utilizó muchísimo a Gallegos. Y Gallegos era un hombre muy débil, muy perezoso mentalmente, la obra de pensamiento de Rómulo Gallegos no existe. Nada, ni un artículo. Era muy timorato, le costaba muchísimo tomar decisiones.

En ese panorama, Gonzalo Barrios era distinto. Primero, Gonzalo era un hombre de mucha simpatía personal, era buena persona. En ese grupo había muchos resentidos; él no, él era abierto y franco, con muchas limitaciones, claro, pero no era un sectario, no lo fue nunca, ni fue un malvado tampoco, y yo me atrevería a decir que no fue deshonesto.

¿Y Leoni?

Yo a Leoni lo conocí muchísimo porque fuimos condiscípulos en la universidad. Era muy buena persona, con una formación incompleta, pero era un hombre sereno, y en general yo creo que su actuación no fue mala en aquel desbarajuste que se produjo con el golpe de estado del 45.

¿Y Picón Salas?

Mariano vino tardíamente. Él pasó casi toda su juventud en Chile, y cuando vino a Venezuela era prácticamente un extranjero, sin vinculación con nadie, era muy timorato, Mariano. Además, Venezuela era un país muy bárbaro, muy incivilizado, y Mariano se había formado en Chile.

¿Cómo ha sido su relación con Caldera?

Caldera es un hombre muy raro. Yo creo que, básicamente, es un hombre muy limitado de horizontes y tiene, en el fondo, una tendencia autoritaria y monástica. Él tuvo mucha influencia falangista en la época de estudiante, en la época de la UNE. Nosotros tuvimos un famoso debate por televisión, organizado por Carlos Rangel. La noche del debate en que salí de mi casa para la estación de televisión, la ciudad estaba vacía, todo el mundo estaba pegado al televisor, esperando.

Desde que llegamos al canal, Caldera estaba interesadísimo por decidir quién comenzaba a hablar primero y a mí me daba lo mismo, hasta que lo decidimos con una moneda. A lo largo del debate él me preguntó con mucha insistencia si yo era anticomunista, y me reclamaba que yo nunca hubiese dicho que era anticomunista. Le dije que no, que yo nunca sería anti-nada, porque no soy un fanático. El fue falangista.

Recuerdo que en una época aquí hubo gente que trató de ponernos de acuerdo a Caldera y a mí, pero no se logró nada. Una señora muy amable y gentil organizó unos almuerzos en su casa, en los que nos encerraban a Caldera y a mí para que habláramos y nos pusiéramos de acuerdo alrededor de un proyecto político, pero no se alcanzó nada.

¿Y Carlos Andrés Pérez?

Ese es otro tipo de hombre. Carlos Andrés es un aventurero, muy astuto, muy ambicioso.

¿Recientemente no lo ha visto personalmente?

No. La primera impresión que yo tuve de él fue cuando él era viceministro del Interior, y el ministro era Dubuc, ya entonces se revelaba como un hombre muy ignorante y muy ambicioso.

¿Durante la dictadura de Pérez Jiménez, Pedro Estrada no lo hostigó?

No. Yo tenía una gran ventaja entonces, y era que Laureano me conocía a mí desde niño, teníamos una buena amistad. Él era muy culto, hablaba muy bien francés e italiano, era muy inteligente, y me imagino que Estrada no se metía conmigo porque sabía de mi amistad con Laureano. Por cierto, él me contó una de esas cosas típicas de la picaresca venezolana. Cuando entró a Miraflores después del golpe de estado a Gallegos, se encontró con uno de esos tipos que parecía que había nacido en Miraflores. Pues cuando vio a Laureano se le precipitó encima a felicitarlo, diciéndole: “Don Laureano, al fin salimos de esa gente”. Y entonces Laureano le dijo: “¿Y tú no eras adeco, chico?» Y el hombre le respondió: “Jumm, eso creían ellos”.

¿Chávez?

Un delirante, ignorantísimo, dice disparates, qué desgracia, el país no logra encaminarse. Pero era muy difícil que Venezuela pudiera encontrar su camino, trató de encontrarlo con López y con Medina, después vino el 18 de octubre y los gobiernos militares y esto se fue, se perdió. Este hombre habla con una arrogancia y una suficiencia increíble. A él se le han pegado algunas frases que ha oído, como esa del liberalismo salvaje, eso lo llena de felicidad. No puede haber liberalismo salvaje, el liberalismo es la flor de la civilización, el tolerar la divergencia.

El liberalismo está fundado sobre la tolerancia, el respeto al individuo, el respeto al otro.

Creo que era Voltaire el que decía: “Yo odio lo que usted dice, pero odiaría más que usted no lo pudiera decir”.

IX

Los Amigos

No ahorra Uslar en el momento de expresar el afecto hacia sus amigos. Es un hombre agradecido que exalta el valor de la amistad y que, además, ve con claridad la intensidad y el valor de sus vínculos amistosos. La lista comienza con su primo hermano Alfredo Boulton Pietri.

Ese fue más que un hermano para mí, toda la vida, fue una amistad sumamente estrecha, muy franca y clara, era un hombre excelente, de muy buena calidad humana, el hombre que mejor conocía la historia de las artes plásticas venezolanas.

Carlos Eduardo Frías

Nos conocimos en Maracay, de modo que fuimos amigos desde la infancia. Tuvimos una amistad fraternal. Carlos Eduardo era un hombre de gran talento, dejó la literatura y se dedicó a la publicidad, fundó ARS y fue el hombre que creó, realmente, la publicidad en Venezuela, antes de él no había nada.

Antes le he mencionado mi amistad de toda la vida con Florencio Gómez, amistad que también nació en mi infancia en Maracay. De mis amigos de entonces todavía vive Rafael Domingo Revenga, pero ya está muy mal de salud. Con Miguel Otero la amistad surge en la adolescencia, cuando estuvimos juntos en el Liceo San José de Los Teques.

¿Y sus amigos de París?

Con Miguel Ángel Asturias tuve una amistad toda la vida, era un hombre encantador, nos reuníamos en la terraza de La Coupole a conversar de lo divino y lo humano, y allí también hice amistad con Alejo Carpentier. Recuerdo que un día nos pusimos a hablar de los Haicai, esa forma poética, y comenzamos a hacer unos y Miguel Angel escribió uno muy largo y le dije: “Chico, tiene que ser una cosa más restringida”. Y entonces escribió una cosa increíble: “Timón adelante de barco atrasante”. Miguel Ángel tenía una cabeza de indio maya fabulosa, él fue el que tradujo el Popol Vuh al español, del francés.

Háblenos de otros amigos, ya menos cercanos.

Pedro Sotillo era un hombre excelente. Siempre recuerdo un cuento estupendo de él: “Los caminos nocturnos”. Él fue, como usted sabe, jefe de redacción y director durante muchos años de El Universal.

Con Antonio Arráiz mantuve una amistad de toda la vida. Escribí el prólogo a la segunda edición de Áspero y muchos años después fui el responsable de que Antonio se fuera para los Estados Unidos a vivir. Él estuvo de paso por Nueva York, donde yo estaba exiliado, y me comentó que le gustaría salir de Venezuela, que se sentía asfixiado. Entonces ocurrió una casualidad y fue que un boliviano llamado Diómedes Pereira, que trabajaba en las Naciones Unidas, me comentó que iba a renunciar a su trabajo y que si yo lo quería. Pues yo le dije que no, que estaba muy contento con mis clases en Columbia University, pero que conocía a un venezolano que sí estaba interesado y le mencioné a Antonio y así fue como entró a trabajar en las Naciones Unidas y allí estuvo muchísimos años; me parece que del 49 al 62, cuando murió de un infarto. Antonio era un hombre excelente, un poeta, muy venezolano, muy buena persona.

Tuve mucha amistad con el profesor Rosenblat, uno de los hombres más útiles que ha habido en Venezuela, muy generoso. También fue muy útil Isaac Pardo, hizo cosas muy buenas. Hace poco se publicó un libro de conversaciones con él, allí dice cosas muy interesantes.

¿Usted fue el que le puso el sobrenombre de El Murciélago?

No, no fui yo. Ese sobrenombre se lo pusieron cuando estuvo preso en Palenque, siendo estudiante. Parece que él se levantaba muy temprano en la mañana y tenía una especie de sobretodo, que le quedaba muy grande, y se lo ponía, y entonces el viento lo sacudía y sus compañeros comenzaron a llamarlo El Murciélago.

De Guillermo Meneses y de Juan Liscano también he sido amigo, ambos excelentes escritores, pero con ellos no he tenido así una intimidad muy grande.

X

La casa por dentro

La vida íntima del doctor Uslar es poco conocida, entre otras razones porque en su vida pública no ha dado señales de que en la intramuros pase algo que suscite el más mínimo asombro. Sin embargo, en sus hábitos, en la estructura familiar, reposan claves de significación para comprender la obra y la personalidad de este venezolano que signa con su presencia todo el siglo XX que concluye.

Yo me casé el año 39 con una mujer de la que guardo el más grato recuerdo: mi mujer fue excelente.

En su poema, “Aniversario”, se recoge ese sentimiento.

Así es. Mientras más recuerdo a Isabel más ternura siento por ella, una mujer excepcional, no tenía un pelo de egoísmo, era el ser más desprendido, más abnegado, más leal que podía haber. A mí me hizo mucho bien, me ayudó mucho su presencia, su ayuda. Era una mujer discreta, educada. Conmigo fue excepcional. Hay que ver lo que fueron esos años que pasamos en el exilio en Nueva York y cómo me ayudó Isabel, en todo.

Sus batallas tuvieron lugar fuera de la casa, ninguna puertas adentro, ¿no?

Siempre he tenido una vida privada muy serena. Nunca he tenido una vida conflictiva en lo personal. Mi vida ha sido muy clara, muy diáfana. Tuve la suerte de encontrarme con mi mujer, que fue inmejorable, con ella no tuve nunca ni una discusión.

Qué suerte, qué gran suerte.

Sí, realmente que sí.

¿A su mujer le gustaban sus libros?

Ella era muy poco intelectual. Era una muchacha venezolana, de una familia muy tradicional, los Braun Kerdel, su padre era don Carlos Braun. Cuando yo resolví casarme, recuerdo que fui a hablar con don Carlos, que era un hombre muy serio, muy respetable, pues le dije: “Mire, don Carlos, yo estoy muy enamorado de Isabel y me gustaría casarme con ella, si usted no tiene inconveniente”. Él me dijo: “No, chico, estoy muy contento con el matrimonio, lo único que te aconsejo es que dejes la política”.

Usted no le hizo caso.

No.

Eso que la gente llama hobbies, distracciones, usted no los ha tenido, ¿no?

Hobbies nunca he tenido. Eso de ponerse a criar pájaros y cosas por el estilo nunca me ha interesado.

¿A qué se dedicaba cuando se iba para la casa de la playa?

Llevaba libros y me dedicaba a leer, y aprovechaba la orilla del mar para llevar una vida más sana. Yo nunca he sido fiestero, entre otras cosas porque yo no tomo, tomo muy poco.

¿Tampoco ha sido fumador?

Sí, eso sí, toda mi juventud fui fumador, pero lo dejé hace muchísimos años.

¿Ha sido de buen dormir?

De muy buen dormir. Nunca he tomado una pastilla para dormir, nunca en mi vida. Además, toda mi vida he dormido siesta. Por lo general duermo una hora y media después de almuerzo.

¿Con qué sueña?

Sueño mucho. De repente sueño cosas con cierta continuidad, en las que me encuentro en situaciones determinadas.

¿De alguno de esos sueños ha salido algún cuento suyo?

No.

¿Sueña con su infancia?

No. Sueño con cosas raras, mi situación actual, pero en condiciones raras, con gente que no conozco.

¿Alguna vez imaginó que iba a tener una vida tan larga?

No, aunque mi familia ha sido bastante longeva. Mi padre murió de ochenta y tantos. Yo tengo ya 94.

Muy bueno, ¿no? Ha visto tanto.

Tiene su balance, también he visto cosas que no hubiera querido ver.

Sí, pero su vida ha sido plena.

Sí, lo ha sido. Yo no lamento nada de lo que he hecho en mi vida, y esto es difícil decirlo. Siento que hice lo más que pude dentro de lo que yo soy. Siempre me sentí con mucha obligación con el país, no sé por qué.

¿Cómo es la vejez?

Lo va aislando a uno, le va atenuando los sentidos. La memoria se afecta muchísimo, se hace uno olvidadizo, de modo que tiene muchos aspectos negativos. De Gaulle decía que la vejez era como un naufragio.

Pero usted la lleva con serenidad.

Sí, la verdad es que yo he tenido siempre mucho equilibrio. Es mi manera de ser, una condición de la sensibilidad. Nunca he sido un hombre de extremos y la violencia me parece horrenda, lo peor.

XI

El laberinto de la creación

Aunque para el doctor Uslar no es fácil hablar de su obra literaria, el tema es naturalmente insoslayable. Se siente más a gusto hablando de Venezuela que de sus tareas con la palabra. Sin embargo, vence las resistencias y se detiene en este aspecto fundamental de su vida.

Yo no soy producto de ningún plan, de ningún proyecto que yo concibiera hasta ahora, fui un producto de mi manera de ser, de mi manera de entender y de sentir, de mi noción de lo que era el país. Yo creo que he sido uno de los escritores más venezolanos que ha habido, preocupado por el país. Toda mi vida me he valido de todos los medios, por ejemplo, la labor que yo hice con la televisión no la ha hecho nadie en hispanoamérica, divulgando conocimientos de una forma sencilla y directa.

¿En los años recientes, ha tenido entre manos algún proyecto literario?

No, por Dios, ya no, no puedo hacerlo. No puedo dictar, una obra de creación no se puede dictar. Se puede dictar un poema, una exposición sobre algo, pero una obra de creación literaria es algo muy íntimo, con otros mecanismos.

La relación suya con otras manifestaciones artísticas ha sido principalmente con la pintura, ¿no es así?

Siempre me interesé mucho por la pintura y por la fotografía.

¿La música le ha sido más ajena?

He oído mucha música, pero no la he estudiado en serio. Sigo oyéndola con mucha frecuencia.

¿Cuáles son sus compositores preferidos?

Me gustan los románticos y los autores de principios de siglo, Stravinsky, entre ellos, los rusos, pero estoy muy lejos de ser un experto o un melómano.

¿Hay algún libro suyo al que le tenga más cariño que a otro?

Es algo muy difícil de decir, desde luego, pero Barrabás, que fue mi primer libro, tiene una significación extra literaria para mí.

¿Hay algunas obras que le hubiera gustado escribir y no lo hizo?

Ah, bueno, eso sin duda alguna. Una vez que me metí en política eso me perturbó mucho y después, cuando hacía programas de televisión, pues ya se me hacía muy difícil estar investigando.

¿Se estableció alguna disciplina para la escritura?

Una disciplina en particular, no. Siempre he sido disciplinado por naturaleza.

¿Prefería escribir en la mañana o en las tarde?

En la mañana era más fácil porque había menos compromisos, en la tarde siempre habían invitaciones, reuniones, visitas.

Cuando escribió novelas, ¿se hacía un plan general de la obra previo o estas se iban dando de acuerdo con la navegación?

En general, las novelas mías no son novelas. En realidad, son reconstrucciones históricas, así es El camino de El Dorado y Las lanzas coloradas.

Supusieron una investigación muy acuciosa.

En algunos casos, sí. Incluso algunos de mis cuentos son así, otros no. Recuerde que mi obra cuentística es muy extensa, yo debo dejar alrededor de 70 u 80 relatos, en total.

¿Cómo valora sus obras de teatro?

Me gustan mucho, por ejemplo, creo que Chúo Gil es de lo mejor que yo he hecho. El teatro es muy difícil porque es algo participativo. Uno es dueño de su prosa hasta un punto, pero en el teatro, no.

¿Tiene previsto algo en relación con sus Obras Completas?

No

¿Se deben organizar temáticas o genéricas?

Creo que llegará el momento en que alguien se ocupe de eso.

¿Tiene alguna sugerencia para esa persona?

En la Fundación Polar hay un grupo que se ocupará de la divulgación de mi obra. Ellos tienen todos mis originales y mis documentos. Hay una inmensa cantidad de material allí.

Háblenos de sus gustos literarios, por ejemplo, ¿la lectura de El Quijote le ha acompañado?

Nunca fui muy lector del Quijote. La prosa cervantina siempre me sonaba un poco teatral. Claro que es un grandísimo escrito, pero me interesan mucho más las novelas y los entremeses de Cervantes.

¿Y Quevedo?

Ah, no, Quevedo es el más grande escritor de lengua española. Ese es un monstruo, no solamente “La vida del buscón”, que es muy buena, sino “Los sueños”. Esta es una de las grandes obras de la literatura de todos los países y de todos los tiempos.

¿Gracián?

Muy valioso.

¿Borges?

Conocí a Borges. Era un hombre muy grato, muy fuera del mundo. Su ceguera lo aislaba mucho, siempre andaba como en una especie de monólogo. “Ficciones” es un libro extraordinario, una de las grandes obras de la literatura castellana.

¿Y los filósofos?

Yo no he estado adscrito a un pensamiento filosófico, he sido un poco vagabundo.

XII

El color del futuro

A lo largo de estos diálogos finiseculares, el fuego de la actualidad política venezolana estuvo siempre presente, siempre con la perspectiva del que la ausculta para otear el futuro. Preguntas que desde joven acicatean a Uslar: ¿hacia dónde vamos? ¿cómo construimos un futuro mejor?

Yo no soy optimista, soy muy pesimista, es que uno no ve qué puede pasar con Venezuela. Desde el punto de vista del azar, pues puede pasar cualquier cosa, pero desde el punto de vista de un desarrollo más o menos lógico, no se ve, no hay propuesta para Venezuela. No hay partidos políticos, los aparentes dirigentes que hay son una gente de muy segundo orden, estamos muy corrompidos. No nos podemos comparar con otros países cercanos, con Colombia no nos podemos comparar, ni con el Perú mismo y no digamos con Argentina, Uruguay o el Brasil, que es esa inmensidad.

Estoy muy angustiado con esto que está pasando con este país. Este es un momento muy malo, muy peligroso, hay mucho dinero, muchísimo dinero y no hay orientación. La educación es un desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo, sin destino, sin clase dirigente, hay aventureros, pícaros, gente que tira la parada.

Ahora hablamos de revolución, es muy curioso, la idea de revolución desapareció del mapa. En este momento no queda ningún poder revolucionario en el mundo, menos en Venezuela, claro, y Cuba. Lo trágico es el nivel de la gente que nos gobierna. Yo oía a Chávez el domingo, qué cantidad de disparates dijo y con qué autosuficiencia, con qué arrogancia. Este es un país muy infortunado. Era muy difícil que aquí las cosas hubieran pasado de otra manera, porque este fue siempre un país muy pobre y muy atrasado, aislado, lleno de inestabilidad, de golpes de estado, de eso que llaman revoluciones y, además, apareció esa riqueza inmensa del petróleo en manos del Estado, que provocó una distorsión total.

Si alguien se atreviera a hacer un estudio sobre la idea de revolución en Venezuela, se vería lo que ha costado, lo que ha significado, lo que contiene, lo que expresa, es lamentable.

Ya le digo, yo estoy en un estado de ánimo muy malo, no tengo esperanzas, estoy como en el infierno de Dante. Aquí no hay de dónde agarrarse, es lastimoso un país sin clase dirigente, aluvional, improvisado, improvisante, improvisador. Hay que ver lo que hubiera sido este país con esa montaña de recursos, si el Gobierno hubiera tenido un poquito de sentido común.

Rafael Arráiz Lucca

Un comentario

  • Licinio Enrique González F

    Que excelente trabajo con Arturo Uslar; extenso,
    elocuente, reflexiva y enriquecedor…
    «tenemos que sembrar el petróleo»

    Aún estamos a tiempo…