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Serie RECUERDOS: «La Casa de la Tía Edilia (IV) (Final)». Por Luis Homes

«Las cosas tomaron rumbos inesperados en la casa de la tía Edilia…»

La Casa de la Tía Edilia (IV) (Final)

Las cosas tomaron rumbos inesperados en la casa de la tía Edilia.  Cada vez que íbamos a visitarla en familia, pasaban cosas que yo no entendía a mi corta edad y pensaba que, posiblemente era coartadas de mi imaginación o juegos inexplicables de adultos.  En medio de las sorpresas, a mí me fascinaba lo que pasaba:  La casa de la tía era un espacio abierto para la imaginación, la realidad, el volar los sueños.  Eso era lo que me encantaba de la casa de la tía Edilia.  

A mí me parecía fascinante que las ánimas tomaran chocolate caliente y que la preparación de la bebida formara parte de las obligaciones del personal de la cocina. Que las mecedoras se movieran al compás del rezo del rosario y que esa compañía invisible deleitara a las rezanderas. Era extraordinario que por el patio caminara en medio de una noche estrellada,  un sonámbulo al que no podíamos despertar,  porque se podría volver loco.  

Los últimos acontecimientos incluyeron episodios musicales y disputas entre mi papá y mi mamá por el uso del tocadiscos. A mi padre le gustaba la música rocolera y en cierta forma, unas canciones de contenido  trágico: “Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda, verterla a tus pies, para poderte demostrar que más no puedo amar y entonces, morir después” en la voz de Javier Solis.  Esa era una de las canciones preferidas de mi padre que escuchaba hasta el cansancio. Con ella se quedaba dormido y la volvía a colocar en el tocadiscos en la mañana después del desayuno. Yo me aprendí esa canción de memoria.  

Pero en oportunidades cuando mi padre iba a encender el tocadiscos en la mañana, se escuchaba con una voz más alta y poderosa, con alegría y mucho ritmo : “ Por la puerta de mi casa en correcta  formación, van pasando los cadetes que hoy están de graduación. Unos son de la marina, otros son de la aviación, otros guardias nacionales y oficiales en formación” de la Billos Caracas Boys. Y mi papá se preguntaba con rabia qué es esto, mirando el disco de pasta con sello rojo y la cara de Javier Solís. Le daba la vuelta y la volvía a poner y entonces se escuchaba nuevamente la Billos, en el disco de pasta con la cara de Javier Solis.  Nadie se podía explicar qué pasaba, porque la música de la Billos Caracas Boy, no estaba en repertorio de mi tía, amante también de las canciones de despechos.  

En algunas noches cercanas a la semana santa, se empezaban a escuchar dentro de la casa, gemidos de mujer disfrutando el sexo, hasta llegar al delirio del orgasmo. En las mañanas todas las mujeres de la casa se veían de reojo,  a ver qué era lo que había pasado. Pero nadie se atrevía a comentar nada. Todas se sonrojaban, pero el mutis era total. Porque allí, el único hombre era mi papá, quien dormía con mi mama y los gemidos del éxtasis femenino, no venían de la habitación de ellos.  Fue así que comenzaron a surgir especulaciones en el pueblo, de que a mi tía Edilia la visitaba un amante, al que nadie veía entrar ni nadie veía salir. Yo me quede con la impresión de que sí, porque ella se notaba muy contenta luego de esas misteriosas visitas. Las señoras de la cocinas empezaron a llamar al extraño personaje el “espanto erótico” y hasta la rezaban de vez en cuando para que de sorpresa, las visitara a ellas. Nada de eso ocurrió, porque el espanto, al parecer, tenia vocación de fidelidad por la Tia Edilia.  

Fue así como poco a poco dejamos de ir a la casa de la tía Edilia. Mi papá siempre inventaba una excusa para no regresar a visitar a esa mansión de las sorpresas. El decía que no quería más sorpresas y que nunca íbamos a estar tranquilos, porque cada vez pasaban cosas muy extrañas. Yo creo que, en el fondo, mi papá no quería que el amante oculto de la tía Edilia, se metiera con mi mama. Obviamente no quería enfrentarse con un fantasma desconocido.

Lo último que supe de la casa de Edilia fue una vergüenza mayor que pasó todo pueblo con una visita que tenía tinte político.  Estaba programada una visita del Gobernador y el Obispo había pedido si podían hacer una visita a la casa y mi tía Edilia, encantada por el honor, les ofreció un suculento desayuno. Finalizado el desayuno,  el gobernador vestido impecablemente de un liqui liqui de lino blanco, y el obispo,  decidieron ir al patio de la casa para hablar algo en privado sobre la gira al pueblo. Ellos abrieron la puerta que da de la cocina al patio de la manera más natural, como si estuvieran en su casa. En ese momento un perro recién llegado le saltó al gobernador y con rabia, le mordió los testículos.  Todos salieron al patio a los gritos del Gobernador. Inmediatamente la comitiva oficial tubo de salir en emergencia al dispensario más cercano con el liqui liqui blanco lleno de sangre en la parte de los genitales. 

En medio del escándalo por la tragedia, los pericos de la casa de la tia Edilia le gritaban al obispo: “Buenos Días Pendejo, Buenos Días Pendejo” y se morían de risa por la tragedia del gobernador.  Mi tía avergonzada se desapareció del pueblo. Nadia supo más de ella. Por allí hay leyendas que dicen que aprovecho la tragedia, para irse a vivir con el amante invisible. 

Luis Homes


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